El martes, en el congreso de LeWeb 3 de París, decididamente la cita más interesante en la vanguardia de Internet a nivel europeo, los asistentes fuimos testigos del llamado "espectáculo de la política", con todas las connotaciones negativas posibles que se puedan imaginar para el término "espectáculo". En realidad, son cosas de las que los ciudadanos de a pie somos, tristemente, cada día más conscientes: la cada día mayor separación entre la llamada "clase política" y los ciudadanos, algo que he podido presenciar en directo últimamente en más de una ocasión.
La cosa va como sigue: imagínese un evento del tipo que quiera, en el que está prevista la participación de un político. De repente, todo se paraliza. Una serie de personas de aspecto hosco y serio entran en la sala, y toman posiciones de manera claramente ostentosa y visible. Sin solución de continuidad, una nube de personas se arremolina en la entrada, rodeados de una constelación de fotógrafos y cámaras de televisión, mientras en el centro, cual si fuera una estrella del rock, se intuye la presencia del político. Al cabo de un momento y tras varios apretones de mano, el político sube al estrado, y se dirige al público. O no, un momento... ¿se dirige al público? En realidad, no. Se dirige a la muralla de objetivos de fotógrafos y cámaras de televisión apostada entre la tarima y la audiencia, objetivos a los que no mira directamente, pero que son los claros destinatarios de su discurso. Al otro lado de la muralla, los asistentes al acto observan embelesados el despliegue mediático y hacen comentarios morbosos sobre el personal de seguridad. El político llega al atril, lanza su discurso y, según lo termina, desaparece sin dar lugar a ningún tipo de preguntas entre otra nube de personas, flashes, cámaras de televisión y guardaespaldas de variada condición.
Las reglas de protocolo dicen ahora que en el momento en que llega el político de turno al evento que sea, todo debe paralizarse para que él o ella puedan subirse a la tarima y empezar su discurso. Si alguien estaba hablando en ese momento, porque el acto llevase algo de retraso o hubiese sufrido alguna alteración en su agenda, no importa: el moderador u organizador del mismo se encargará de interrumpirlo de manera habitualmente brusca, pero con cara de "mi brusquedad está justificada", y de dar paso al político, que tiene que llegar necesariamente "a mesa puesta", y que a veces incluso solicita a la organización que desencadene un aplauso "espontáneo" en el momento de entrar en la sala.[....]
A este lado del túnel, las empresas empiezan a afanarse por conocer a sus clientes, por aprender cosas de ellos, por hacerse próximas, convertirse en referencias de conversación. Mediante sistemas como el Customer Relationship Management (CRM) o canales como Internet y los blogs, las empresas tratan de cerrar ese espacio que las separaba de sus clientes, de su verdadera razón de ser. Mientras, los políticos siguen justo la dirección opuesta: la de separarse de los ciudadanos, convertirse en grandilocuente "clase dirigente", entrar y salir por zonas exclusivas, no "mezclarse con el populacho".
La próxima vez que tenga la oportunidad de presenciar la llegada de un político a un evento, piénselo. Ni la democracia ni los ciudadanos merecen ser tratados así.
jueves, 14 de diciembre de 2006
Sarkozy y la web 3
Enrique Dans en Libertad Digital
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