"Resulta interesante plantearse por qué una vida en la cual la actividad tiene sentido localmente pero que, sin embargo, en lo fundamental carece de objetivos, es decir, una vida que tiene un objetivo inmediato pero no un fín último, nos parecería un objetivo poco deseable. ¿Que es lo que necesariamente sería tan terrible de una vida carente de sentido? La respuesta es, en mi opinión, que en ausencia de fines últimos nada nos parecería lo suficientemente importante como fin ni como medio. Que todo fuese importante para nosotros dependería de la importancia de algo distinto. En realidad, nada nos preocuparía de manera inequívoca e incondicional.
Si tuviéramos esto claro, comprenderíamos que nuestras tendencias y disposiciones volitivas son esencialmente poco concluyentes, y ello nos impediría administrar y comprometernos de manera consciente y responsable con el curso de nuestras decisiones. No tendríamos un interés estable en planificar y mantener ninguna continuidad especial en las configuraciones de nuestra voluntad, privándonos de este modo de un aspecto fundamental de nuestra conexión reflexiva con nosotros mismos, en la que reside nuestro caracter distintivo como seres humanos. Nuestras vidas serían pasivas y fragmentadas, lo cual significaría un grave perjuicio para ellas. Aun cuando pudiéramos seguir manteniendo algún vestigio de autoconciencia activa, nos sentiríamos tremendamente aburridos.
El aburrimiento es un asunto grave. No es una situación que tratemos de evitar simplemente porque no nos parezca algo placentero. En realidad, huir del aburrimiento es una profunda e imperiosa necesidad humana. Nuestra aversión a él tiene una importancia considerablemente mayor que el de un mero rechazo a experimentar un estado de conciencia más o menos desagradable. La aversión procede de nuestra sensibilidad a una amenaza más consistente.
La esencia del aburrimiento es que perdemos interés en lo que sucede. Nada nos preocupa ni nos importa. Una consecuencia natural de ello es que nuestra disposición a estar atentos se debilita y nuestra vitalidad psíquica se atenúa. En sus manifestaciones más habituales y características, estar aburrido implica una reducción radical de la agudeza y constancia de la atención. El nivel de nuestra energía y actividad diminuye, al igual que la receptividad a los estímulos normales. nuestra conciencia pierde la capacidad de percibir diferencias y distinciones, convertiéndose en algo cada vez más homogéneo. A medida que se expande y se adueña de nosotros, el aburrimiento hace que nuestra conciencia experimente una disminución progresiva de su capacidad de percibir las diferencias importantes.
En el límite, cuando el ámbito de nuestra conciencia se ha convertido en algo totalmente indiferenciado, desaparece toda posibilidad de cambio o movimiento psíquico. La completa homogeneización de la conciencia equivale por completo a la extinción de la experiencia consciente. Por tanto, lo que nuestra preferencia por evitar el aburrimiento revela no es simplemente una resistencia casual a un desasosigo más o menos inócuo, sino que expresa un impulso bastante primitivo de supervivencia psíquica. Sin embargo, unicamente está relacionado con lo que por lo común pensamos como "autoconservación" en un sentido literal y no muy corriente; es decir, no el sentido de mantener la vida del organismo, sino la persistencia y vitalidad del yo".
Si tuviéramos esto claro, comprenderíamos que nuestras tendencias y disposiciones volitivas son esencialmente poco concluyentes, y ello nos impediría administrar y comprometernos de manera consciente y responsable con el curso de nuestras decisiones. No tendríamos un interés estable en planificar y mantener ninguna continuidad especial en las configuraciones de nuestra voluntad, privándonos de este modo de un aspecto fundamental de nuestra conexión reflexiva con nosotros mismos, en la que reside nuestro caracter distintivo como seres humanos. Nuestras vidas serían pasivas y fragmentadas, lo cual significaría un grave perjuicio para ellas. Aun cuando pudiéramos seguir manteniendo algún vestigio de autoconciencia activa, nos sentiríamos tremendamente aburridos.
El aburrimiento es un asunto grave. No es una situación que tratemos de evitar simplemente porque no nos parezca algo placentero. En realidad, huir del aburrimiento es una profunda e imperiosa necesidad humana. Nuestra aversión a él tiene una importancia considerablemente mayor que el de un mero rechazo a experimentar un estado de conciencia más o menos desagradable. La aversión procede de nuestra sensibilidad a una amenaza más consistente.
La esencia del aburrimiento es que perdemos interés en lo que sucede. Nada nos preocupa ni nos importa. Una consecuencia natural de ello es que nuestra disposición a estar atentos se debilita y nuestra vitalidad psíquica se atenúa. En sus manifestaciones más habituales y características, estar aburrido implica una reducción radical de la agudeza y constancia de la atención. El nivel de nuestra energía y actividad diminuye, al igual que la receptividad a los estímulos normales. nuestra conciencia pierde la capacidad de percibir diferencias y distinciones, convertiéndose en algo cada vez más homogéneo. A medida que se expande y se adueña de nosotros, el aburrimiento hace que nuestra conciencia experimente una disminución progresiva de su capacidad de percibir las diferencias importantes.
En el límite, cuando el ámbito de nuestra conciencia se ha convertido en algo totalmente indiferenciado, desaparece toda posibilidad de cambio o movimiento psíquico. La completa homogeneización de la conciencia equivale por completo a la extinción de la experiencia consciente. Por tanto, lo que nuestra preferencia por evitar el aburrimiento revela no es simplemente una resistencia casual a un desasosigo más o menos inócuo, sino que expresa un impulso bastante primitivo de supervivencia psíquica. Sin embargo, unicamente está relacionado con lo que por lo común pensamos como "autoconservación" en un sentido literal y no muy corriente; es decir, no el sentido de mantener la vida del organismo, sino la persistencia y vitalidad del yo".
Las razones del amor El sentido de nuestras vidas
de Harry G. Frankfurt
Paidos. Barcelona 2004
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