Manifiesta Zygmunt Bauman a Keith Tester, según se recoge en La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones, lo que sigue:
“Usted sugiere que los ganadores y los derrotados, los héroes de la sociedad de consumidores y sus humillados viven en universos morales diferentes. Yo no opino así. Más bien los pobres viven en un mundo dominado por los criterios triunfantes de los ricos y que está circunstancia no hace más que añadir el insulto a la herida recuérdense “las heridas de clase escondidas'”- desveladas por Richard Sennett) al tiempo que priva a los pobres de las pocas portunidades de librarse del uno o de la otra.
Atomizados y pendencieros, despreciandose mutuamente, ¿con que pueden soñar los 'consumidores defectuosos'? Con volverse ricos y ganarse así la dignidad merecida por los 'consumidores impecables'. Los ricos no son los enemigos sino el ejemplo a seguir. No son figuras odiosas, sino ídolos.
Y para los marginados de una sociedad de consumidores, la vida que enseñan los ídolos, el modelo que ponen a disposición del resto, solo puede ser reconfortante.
Se acabaron los cuentos del limpiabotas que llega a millonario trabajando duro, con frugalidad y abnegación. Otro cuento de hadas totalmente distinto los ha sustituido: una persecución de momentos de éxtasis, en la que el protagonista gasta sin escatimar y va tropezando de un golpe de suerte a otro, un cuento en que la suerte y el infortunio son accidentales e inexplicables y solo se relacionan tenuamente con las acciones de los afortunados y de los desafortunados, un cuento en que se busca la suerte como si fuese un billete de lotería, para poder ir a por más diversión, disfrutar de más momentos de
éxtasis y derrochar más que antes.
Y, sobre todo la visión de la corrupción, del aprovechamiento de las oportunidades cuando se presentan, de ganancias que no se han ganado [trabajando], de impuestos impagados, de gratificaciones por chapuzas.
Ninguno de los ejemplos que descienden desde la cima de la sociedad puede mostrar a los del fondo como enfrentarse a los desafíos de su propia condición, pero todos ellos los distraen de la tarea de hacer algo efectivo al respecto.
Cuando se refleja en el espejo distorsionador de la pobreza, la dignidad de los ricos rebota como la indignidad de los marginados. Luego, yo diría que es una pena, y la desgracia de la mitad inferior, que las dos partes de la sociedad, cada vez más polarizada, NO vivan en 'universos morales diferentes”.
“Usted sugiere que los ganadores y los derrotados, los héroes de la sociedad de consumidores y sus humillados viven en universos morales diferentes. Yo no opino así. Más bien los pobres viven en un mundo dominado por los criterios triunfantes de los ricos y que está circunstancia no hace más que añadir el insulto a la herida recuérdense “las heridas de clase escondidas'”- desveladas por Richard Sennett) al tiempo que priva a los pobres de las pocas portunidades de librarse del uno o de la otra.
Atomizados y pendencieros, despreciandose mutuamente, ¿con que pueden soñar los 'consumidores defectuosos'? Con volverse ricos y ganarse así la dignidad merecida por los 'consumidores impecables'. Los ricos no son los enemigos sino el ejemplo a seguir. No son figuras odiosas, sino ídolos.
Y para los marginados de una sociedad de consumidores, la vida que enseñan los ídolos, el modelo que ponen a disposición del resto, solo puede ser reconfortante.
Se acabaron los cuentos del limpiabotas que llega a millonario trabajando duro, con frugalidad y abnegación. Otro cuento de hadas totalmente distinto los ha sustituido: una persecución de momentos de éxtasis, en la que el protagonista gasta sin escatimar y va tropezando de un golpe de suerte a otro, un cuento en que la suerte y el infortunio son accidentales e inexplicables y solo se relacionan tenuamente con las acciones de los afortunados y de los desafortunados, un cuento en que se busca la suerte como si fuese un billete de lotería, para poder ir a por más diversión, disfrutar de más momentos de
éxtasis y derrochar más que antes.
Y, sobre todo la visión de la corrupción, del aprovechamiento de las oportunidades cuando se presentan, de ganancias que no se han ganado [trabajando], de impuestos impagados, de gratificaciones por chapuzas.
Ninguno de los ejemplos que descienden desde la cima de la sociedad puede mostrar a los del fondo como enfrentarse a los desafíos de su propia condición, pero todos ellos los distraen de la tarea de hacer algo efectivo al respecto.
Cuando se refleja en el espejo distorsionador de la pobreza, la dignidad de los ricos rebota como la indignidad de los marginados. Luego, yo diría que es una pena, y la desgracia de la mitad inferior, que las dos partes de la sociedad, cada vez más polarizada, NO vivan en 'universos morales diferentes”.
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