Escribe Zygmunt Bauman en Miedo Líquido sobre el miedo en nuestras sociedades contemporáneas:
...la sociedad ya no está adecuadamente protegida por el Estado sino que se halla expuesta a la voracidad de fuerzas que el Estado no controla ni espera o pretende recuperar y subyugar (ni por sí solo ni en combinación con otros Estados sumidos en la misma situación de impotencia).
Es principalmente por ese motivo por el que los gobiernos estatales, en su esfuerzo diario por capear los temporales que amenazan arruinar sus programas y políticas, van dando tumbos ad hoc de una campaña de gestión de crisis a otra y de un conjunto de medidas de emergencia a otro, sin soñar con otra cosa que mantenerse en el poder tras las siguientes elecciones, y carecen, por lo demás, de programas o ambiciones con visiones de futuro, por no hablar de proyectos de resolución radical de los problemas recurrentes de la nación. Abierto y crecientemente indefenso por ambos flancos, el Estado-nación pierde gran parte de su fuerza, que se evapora actualmente hacia el espacio global, así como mucha de su sagacidad y de su destreza política, que hoy se ven cada vez más relegadas (¿o abandonadas?) a la esfera de la política de la vida individual, y subsidiarizada (como se dice en la jerga política actual) a los hombres y las mujeres individuales. Todo lo que del poderío y de la política pasados queda aún en manos del Estado y de sus órganos ha ido menguando gradualmente hasta alcanzar un volumen que cabe perfectamente en el recinto de una gran comisaría de policia equipada con una avanzada tecnología de vigilancia... y ya está. Este Estado reducido apenas puede llegar a ser otra cosa que un Estado de la seguridad personal.
La retirada que el Estado ha emprendido con respecto a la función en la que se fundamentaron sus más persuasivas pretensiones de legitimidad durante la mayor parte el siglo pasado ha vuelto a traer a primer plano la cuestión de su legitimación política. Actualmente, es imposible construir un consenso de ciudadanía (un patriotismo constitucional, por emplear el término de Jürgen Habermas), como el que ese mismo Estado prometía construir hace no mucho, sobre un conjunto de garantías de protección frente a los caprichos del mercado, que, de sobras es conocido, puede sacudir a personas de toda posición social y amenazar a los derechos de todo el mundo a la estima social y a la dignidad personal.
En esas circunstancias, se hace preciso encontrar una legitimación alternativa de la autoridad estatal y una fórmula distinta de las ventajas y los beneficios que debe conllevar una ciudadanía dotada, al mismo tiempo, de sus correspondientes deberes. Como cabía esperar, tanto la una como la otra son buscadas hoy en día en el terreno de la protección contra los peligros que amenazan la seguridad personal. En la fórmula política de este Estado de la seguridad personal, se va sustituyendo paulatina pero constantemente el espectro de un futuro y de una degradación social inciertos (fantasma frente al que el Estado social juraba no hace mucho tener asegurados a sus ciudadanos) por amenazas como la de un pedófilo suelto, un asesino en serie, un mendigo molesto, un atracador, un acosador, un merodeador, un envenenador del agua y de la comida, un terrorista...o, mejor aún, por la conjunción de todas esas amenazas en las figuras prácticamente intercambiables entre sí de los miembros de la infraclase nativa de los inmigrantes ilegales, un colectivo extranjero formado por extranjeros (que lo son desde que nacen hasta que mueren) y que se constituye un eterno enemigo interior potencial contra el que el Estado de a seguridad promete defender a sus súbditos con uñas y dientes.
En octubre de 2004, la BBC2 emitió una serie de documentales titulada The Power of Nightmares: The Rise of the Politics of Fear. Adam Curtis, guionista y productor de la serie, y creador prestigioso en Gran Bretaña de programas serios de televisión, señalaba allí que, aunque el terrorismo global es un peligro evidente reproducido continuamente dentro de la tierra de nadie de la jungla global, mucha (por no decir la mayor parte) de la estimación oficial de su nivel de amenaza "es una fantasía que ha sido exagerada y distorsionada por los políticos. Es un oscuro espejismo que se ha difundido entre los gobiernos de todo el mundo, los servicios de seguridad y los medios internacionales sin ser cuestionado en lo más mínimo". Cuesta poco identificar los motivos de tan rápida y espectacular carrera de dicho espejismo: "En una era en la que las grandes ideas han perdido credibilidad, el miedo a un enemigo fantasma es lo único que les queda a los políticos para mantener su poder".
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