Desde la revolución francesa, la ciencia política salvo excepciones se ha dedicado a cultivar mitos. Uno de ellos es el de la democracia. Una de las palabras que más invocan los partidos, los medios de comunicación y la gente corriente es “democracia”. Incluso para descalificar a alguien por cualquier cosa se le acusa de no ser demócrata. Hasta la Iglesia en sus preces pide por las instituciones democráticas. Ahora bien, los entomólogos políticos han encontrado casi mil definiciones de democracia. La democracia se ha convertido en una religión ad usum delphinis. La palabra está tan prostituida que hace años propuso Hayek sustituirla por demarquía, que significa lo mismo. ¿Qué es la democracia?
El principio de la democracia, ya lo sabía Platón, es la libertad política. Pero le ha salido un serio competidor en el principio de la igualdad. Por lo pronto habría que distinguir entre la democracia como resultado de la libertad política y la democracia como resultado de la igualdad. Tal fue el gran tema de Tocqueville, quien previno contra la falsificación de la democracia si se pone la igualdad como su principio. Hay una razón muy simple: mientras haya libertad habrá desigualdades. Las desigualdades son una consecuencia de la libertad. Por tanto, habrá que elegir entre ser libres o ser iguales. Dicho de otra manera: sin libertad política, una libertad de acción colectiva, no hay auténtica democracia. Orwell lo explicó bastante bien. La democracia es ante todo un régimen de hombres libres. Y si todos son libres el régimen será republicano.
Pero también aquí se tropieza con otra falacia: la inmensa mayoría de los regímenes son hoy republicanos y sin embargo no se puede decir que en todos ellos exista libertad política. Ciñéndonos a España, ¿existe libertad política? Dominada por el consenso oligárquico cuya punta de lanza son los partidos, es evidente que no. Bastará con mencionar el hecho de que a los electores –a los “ciudadanos”- se les obliga a votar listas cerradas confeccionadas por los jefes de los partidos. Al votar, ¿están ejerciendo su libertad política o adorando al jefe?
La palabra democracia se emplea frecuentemente para encubrir la falta de libertad política. Por poner otro ejemplo, en una auténtica democracia no se convocaría a los “demócratas” a manifestarse contra cualquier acción criminal de ETA, sino a los ciudadanos o mejor aún para evitar equívocos a los hombres libres. Es la concepción borreguil de la democracia, una democracia domesticada, o sea, envilecida. La misma palabra libertad padece ese envilecimiento en las sociedades actuales. Otro ejemplo al respecto es el de la socialdemocracia sueca que consiguió hacer sinónima la palabra libertad a la libertad sexual para manejar mejor a los suecos. También Orwell se ocupó de la falsificación de la libertad. El lenguaje político –y no sólo el político- está lleno de falsificaciones y de mitos en los que la gente cree a piés juntillas. De ello no se libra la democracia.
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