Nuevos mandamientos: no manipularás la genética, no te drogarás, no especularás social y económicamente.
El obispo Gianfranco Girotti, director del Penitenciario Apostólico, anunciaba en L’Osservatore Romano las nuevas formas del pecado social, las peores faltas contra el prójimo.
Con los nuevos pecados el catolicismo se convierte a la posmodernidad, a la vida líquida de Zygmunt Bauman siempre en busca de la identidad, y se actualiza para la guerra de culturas que hoy se vive con las diferentes ofertas, religiosas y de otros credos, que encandilan a unos y otros. La ecología como nuevo credo salvador global. La biogenética como gran revolución científica capaz de hacernos entrar en la era poshumana y antropotecnológica avizorada por el filósofo Peter Sloterdijk. Y las drogas, los paraísos artificiales sustitutivos del eterno descanso y que distraen la conciencia del hombre de la revelación de Dios.
Los nuevos pecados no sólo son sociales, apuntan a las peores amenazas contra el pensamiento universal del cristianismo y sus monopolios metafísicos. La Iglesia católica reacciona más tarde que otras religiones. Ha visto el enorme poder de seducción de la lucha contra esos pecados lograda por el islam, por los nuevos cristianos evangélicos americanos o por los grupos católicos más fundamentalistas y opuestos a la modernización de la vida, la doctrina y la norma.
Pero la Iglesia cae en la trampa del relativismo, el peor enemigo denunciado repetidamente por el papa Benedicto XVI. Los anunciados nuevos pecados no son tan fáciles de deslindar como el no matarás. ¿Cuándo se empieza a pecar con la droga? ¿Y cuánto de rico se puede ser sin condenarse? ¿Toda la investigación genética está condenada? ¿Son pecaminosos los ansiolíticos cotidianos?
Respuestas para un canon necesariamente flexible. Tanto que los nuevos pecados podrían llamarse pecados líquidos, por emplear la etiqueta más famosa del orden moderno.
La Iglesia siempre ha sido flexible. Los viejos diez mandamientos dejan un gran ámbito de interpretación. Ahí anida el poder del confesor.
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