José Vidal-Beneyto escribe en El País, vía Reggio, sobre André Gorz, el intelectual francés recientemente fallecido:
Hoy está de moda pretenderse filósofo y cualquier literato, ensayista y funcionario de la comunicación se disfraza y autotitula como tal, sin que ni su formación ni su práctica lo justifiquen en modo alguno. No era el caso de Gorz, para quien la andadura filosófica fue desde sus estudios iniciales y su temprana inmersión en la obra de Sartre, inevitable. Y así en los cuatro grandes campos temáticos a los que dedicó atención preferente: la ecología; el trabajo; los colectivos de base, en especial, el proletariado; las modalidades de la transformación radical, reforma / revolución, procede a una exploración de sus fundamentos teóricos, sin los que son ininteligibles. Los hechos, añadía, especialmente los político-sociales, son resultados de un proceso productivo que hay que explorar. Por eso, para él como periodista, una noticia enclaustrada en sí misma, ideológicamente descontextualizada, es una anécdota sin sentido, cuando no una falsificación de la realidad. Ese principio junto con su divisa "informar sólo de lo que se conoce a fondo" los practicó de una manera ejemplar durante más de 25 años primero en el semanario L'Express y luego, con el seudónimo de Michel Bosquet en Le Nouvel Observateur, en cuya fundación participó.
La principal contribución de Gorz a la reflexión social fueron sus análisis sobre ecología política que, desde la Crítica del capitalismo cotidiano y la Crítica de la división del trabajo, ambas en 1973, pasando por Ecología y Política, en 1975, y Ecología y Libertad, en 1977, llegan a su brillante formulación final en Capitalismo, Socialismo, Ecología, en 1991. Para él, sin descuidar la protección del medio natural y la urgencia de evitar todos los destrozos de nuestro planeta, lo decisivo es acabar con el imperialismo economicista especialmente en su versión productivista, que domina la ideología y el comportamiento públicos. Su enfrentamiento con el dogma tanto marxista como capitalista del primado de la producción, con el credo del crecimiento es frontal y permanente. Su impugnación del beneficio y del dinero como medida de todas las cosas, la denuncia del marketing y su único propósito de multiplicar nuestras falsas necesidades de consumo son componentes de una actitud que rechaza el uso de la modernización como justificante de todos los retrocesos sociales y reclama un nuevo modelo de sociedad. En Miserias del presente, riqueza de lo posible hace de la emancipación, autonomía e igualdad sus coordenadas fundamentales, que deben funcionar como límites infranqueables del ejercicio económico para impedir la aparición de efectos destructores de la realidad en la que operan, esa contraproductividad económica que Iván Illich denunciaba con tanta contundencia.
Porque si el macrofascismo es poco probable en nuestras sociedades occidentales, los microfascismos no son una amenaza sino una realidad múltiple, a las que hay que oponer, desde lo social y lo cotidiano, una legión de microrresistencias. Todo lo cual es incompatible con el esforzado credo de Sarkozy de más trabajo y más producción a cualquier costo. De hecho, el partido único de la democracia que el presidente francés ha impuesto en su país -derecha, izquierda y centro todos juntos y hermanados- exigía para su programa y ejercicio el mismo prodigioso ecumenismo que había introducido en su organización. Porque consagrar al mismo tiempo el triunfo del ecologismo, como se pretende en la Operación Grenelle del medio ambiente y llamar a rebato en favor del trabajo y del crecimiento sin cuento es un hermoso juego de prestidigitación política, una milagrosa conciliación de antagonismos. Aunque como se sabe los milagros no tienen el futuro garantizado.
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