Al igual que se habla, con referencia a las falsas democracias que rigen en ciertos países políticamente subdesarrollados, de repúblicas bananeras, pienso que se debería hablar de monarquías cocoteras para referirse a una, como la que rige ahora en España, que, amén de ser la herencia de un dictador, ampara una falsa democracia que no es sino un oligarquía de partidos y confunde, entre otras confusiones, la cultura con un sainete.
¿Qué país de la Europa culta soportaría una mascarada como la del Premio Planeta? ¿Qué país serio toleraría que se disfrazara de hecho cultural una merienda de negros (black’s picnic) organizada por una empresa comercial para ganar dinero, precisamente a costa de la incultura de un pueblo manejado por los medios de comunicación? España ha pasado de ser un país de catetos y nuevos ricos con la dictadura, a ser un país de horteras y nuevos gansters con la monarquía juancarlesca, que contribuye gustosa a todas las charlotadas a que la inviten, si en ellas puede chupar cámara y ganar un poco de popularidad. Como decía Valle Inclán en Luces de bohemia, España es una deformación grotesca de la cultura europea. Lo escribió don Ramón hace un siglo y sigue siendo verdad. En ningún país de nuestro entorno geográfico es concebible algo como el Premio Planeta, el Nadal, el Primavera, el Fernando Lara y tantos otros.
De señalar es que, desde que el país se sumergió en la mugre política de la Transición, el Premio Planeta, sin duda el mejor indicador de lo que somos culturalmente, se presentó sin careta como lo que verdaderamente es. Quien era director de la editorial a la muerte de Franco, Rafael Borrás Bertriu, confesó con motivo del carnaval del año pasado, que fabricaron (síc) un planeta para la primera convoctoria de la “democracia”. Entre varios “expertos” pergeñaron el argumento de una novela, En el día de hoy, que comenzara con un parte dando cuenta del final de la guerra, pero firmado, no por el Generalisimo, sino por don Manuel Azaña, presidente de la República. Y le encargaron su desarrollo a Jesús Torbado, probo escritor, incapaz de un chanchullo, donde los haya.
A partir de entonces, Planeta decidió jugar siempre sobre seguro, eludió correr el riesgo de descubrir a un escritor y fue repartiendo sus millones entre escritores conocidos, la mayoría columnistas de los periódicos de la derecha ideológica y de la derecha de intereses, que diariamente se dedican a moralizar, pontificar sobre la decencia y denunciar las corrupciones, los latrocinios legales y las corruptelas de los demás: Juan José Millás –el último y quizá más cínico; ha dicho que pasaba por allí por casualidad y que se llevó una grata sorpresa que en modo alguno esperaba-, Antonio Muñoz Molina, Antonio Gala, Francisco Umbral, Maruja Torres, Espido Freire, Rosa Montero, Juan Manuel de Prada, Alvaro Pombo, Lucía Etxebarría, Fernando Savater, Terenci Moix, Juan Eslava Galán, Fernando Sánchez Dragó, Juan Marsé, Mario Vargas Llosa, Fernando Delgado, Rosa Regás y algunos más que ahora no recuerdo. En último término, lo que más escandaliza es que se tomen estos premios como un indicador de valoración literaria –el jurado lo constituyen expertos, es decir, escritores, profesores de literatura y críticos (se oculta que a sueldo del editor, naturalmente)—y se permita a una fábrica de libros intervenir en esa valoración, para colmo favoreciendo un libro que ella misma va a editar.
Sorprende igualmente, aparte, por supuesto, de la venalidad de tantos novelistas, la pasividad del Ministerio de Cultura y la actitud de la crítica, que se someten al juego de los intereses industriales, insistiendo en tratar como un hecho cultural –le llaman Premio Literario- lo que no es más, como todo el mundo sabe y nadie denuncia, que una operación de marketing, destinada a obtener muchísimos millones de publicidad gratuita, avalada, para mayor confusión del público, por miembros de la Casa Real., el presidente de la Generalitat de Cataluña, el Ministro de Cultura y “numerosas personalidades del mundo de la política, la cultura y los negocios”, como rezan las gacetillas.
Hace cuatro años, un centenar de personas interesadas por la novela –escritores, profesores de literatura, críticos literarios-, convocadas por La Fiera Literaria y el Centro de Documentación de la Novela Española –Juan Goytisolo, Andrés Sorel, Raúl Guerra Garrido, Juan Ignacio Ferreras, Javier Esteban, José G. Ladrón de Guevara, José María Martínez Cachero, Ricardo Senabre, José Polo, Víctor Moreno, Lidia Falcón, Carlos París, Victoria Sendón, Arturo Seeber Manuel Mantero, Carlos Rojas, Jorge Grau, José María Vaz de Soto, Ana María Navales, etc., etc., hasta cien- solicitaron una normativa que regulase los premios –más de cinco mil, lo que parece broma, en todo el país-, especialmente la designación del jurado, en los grandes premios –grandes por su cuantía-, totalmente dependientes de la firma comercial interesada.
Dos veces se repitió la demanda. No hubo respuesta del ministerio de Esperanza Aguirre ni del de Pilar del Castillo. En cuanto al de Carmen Calvo, oficial, tampoco. Extraoficialmente, mandó a su Director General del Libro, Rogelio Blanco, a preguntar a Juan Ignacio Ferreras y a quien firma este artículo, que qué queríamos, como si no estuviese claro en el escrito presentado.
Ninguna de las tres ministras mencionadas pertenecían al mundo de la literatura. Su comportamiento fue político, según se dice. Ver a un escritor de verdad como César Antonio Molina, haciendo el payaso en beneficio de un capitalista que, puesto a globalizar, ha empezado por globalizarse a sí mismo, deprime. Como deprime vivir bajo una monarquía cocotera.
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