Las últimas controversias sobre la Monarquía, y concretamente sobre su titular, el Rey, acompañadas de manifestaciones con la quema de fotografías en poblaciones de Cataluña, han situado a la República y al republicanismo en el centro de una polémica a la que ambos son ajenos. Porque, en mi opinión, estamos asistiendo a un episodio más de la crisis del régimen de la Transición impulsada por algunos de sus protagonistas, especialmente los nacionalistas, que son conscientes de su fuerza para condicionar la política general de España.
Para nadie es un secreto que la situación política española presenta una imagen de degradación nada acorde con las pautas que serían exigibles en un país relevante de la Unión Europea: las prioridades públicas están centradas en satisfacer las ansias de poder de las diferentes clases políticas florecidas al amparo del Estado de las autonomías, con olvido, en la mayoría de los casos, de los intereses de una población que trabaja, paga sus impuestos y contempla atónita los ajustes de cuentas entre los gestores públicos. La desconfianza se adueña de los españoles, sin que nadie asuma sus responsabilidades en una crisis constitucional que no ha hecho sino explotar a lo largo de esta legislatura, y que amenaza con prolongarse en la siguiente.
El orden constitucional de 1978, cuyo sostén es la llamada monarquía parlamentaria, aunque sería más apropiado denominarla partitocrática, ha alimentado el crecimiento de poderosas fuerzas centrífugas que han ido fagocitando los valores de libertad, igualdad y justicia, en los que se fundamenta cualquier Estado democrático. Tales valores han sido sustituidos bien por la adoración a lo étnico en aquellas regiones con presencia nacionalista, bien por el cultivo casi folklórico del localismo en aquellas otras que las imitan. La conclusión de ello es la insolidaridad y el cantonalismo, ambos letales para la supremacía del Estado como garante de la transformación libre y democrática del país.
En ese contexto aparecen los ataques a la Monarquía y a su titular, con escándalo farisaico de muchos que saben lo difícil que resulta evitar que la institución y su titular salgan indemnes del desbarajuste en que se encuentra inmerso el régimen de la Transición. Entonces se pone en circulación el cliché manido de la República y el republicanismo, como si fueran los agitadores insolentes y anárquicos en el mundo suave y ordenado del orden de la Transición. Practicar un secuestro del republicanismo absolutamente desleal es una manera tosca de desviar la atención sobre los problemas que atenazan a la gobernación del país y la falta de iniciativas solventes para encararlos y resolverlos.
Como todos aquellos movimientos políticos que han sido protagonistas de nuestra historia, el republicanismo español tiene una historia con luces y sombras. En el caso que nos ocupa, sin embargo, el republicanismo no solo es ajeno a lo que está sucediendo, sino que, como consecuencia del apartamiento y el ostracismo al que fue condenado desde los inicios de éste régimen constitucional, puede presentarse ante la sociedad española como una opción política de orden y democrática, capaz de unir en su seno las esperanzas de quienes aspiran a hacer de España un país moderno y libre, metas por las que siempre lucharon los liberales y republicanos españoles.
No son la República y el republicanismo los que pretenden subvertir el orden constitucional: son los protagonistas y beneficiarios del mismo los que lo subvierten a diario con el consiguiente descrédito del poder público. Es momento de que cada uno asuma las responsabilidades que le corresponden, sin endosar a otros sus errores e incompetencias.
Lo que parece claro es que la experiencia de todos estos años y los acontecimientos que vivimos justifican la necesidad de construir un orden distinto que permita la recuperación de instituciones de contenido genuinamente democrático. Para ese objetivo, el pensamiento republicano liberal, hasta ahora ausente de la política española, podría aportar una alternativa de cambio para los ciudadanos.
En ocasiones anteriores, los republicanos de España se cargaron de razones para su apelación republicana en momentos de grave crisis nacional, sin demagogia ni improvisaciones. Ante la crisis del régimen de la Monarquía, el republicanismo debe aspirar a convertirse en una referencia integradora y no sectaria del cambio progresivo y ordenado de nuestro país, aplicando la razón y el valor del interés general a los problemas que preocupan a los españoles. La agitación y las proclamas dinamiteras son algo marginal en las que República y republicanismo no tienen arte ni parte.
*Manuel Muela es Presidente del Centro de Investigación y Estudios Republicanos.
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