"España sin pulso. Los partidos nacionalistas, grandes beneficiarios –con la Corona, socialistas y conservadores- del diseño constitucional salido de la Transición, se han dedicado desde el 78 a socavar los cimientos del edificio que les dio acogida, ante la aparente indiferencia de los dos grandes partidos nacionales y la vista gorda de La Zarzuela, sólo preocupada por asuntos tan mundanos como la cuenta de resultados. El modelo ha derivado en una corrupción galopante cuyo síntoma más preocupante, más que la dineraria –evidente en los poderes financieros que se dedican a dar palmaditas en la espalda a ZP, mientras le susurran al oído eso de “lo estás haciendo muy bien, muy bien, muy bien...”-, es la corrupción moral de una sociedad de brazos caídos que contempla inerme, sin capacidad de respuesta, el avance del proceso disgregador, con los riesgos que ello conllevaba para la prosperidad económica y las libertades individuales y colectivas.
La Constitución del 78 hubiera necesitado, lo estaba pidiendo a gritos, un recauchutado a fondo, una vuelta de tuerca profunda y urgente en los años 90, después de los grandes escándalos de corrupción felipista. El señor Aznar creyó enterrar los demonios familiares históricos de los españoles con la prosperidad económica y las aventuras imperiales en el exterior, con los resultados que eran de prever. En el clásico movimiento pendular hispano, tras la soberbia de Aznar llegó a La Moncloa un caballerete que, dispuesto a unir en el bucle del tiempo la España de 2004 con la de 1936, se puso con gran entusiasmo al frente del batallón de derribos del Sistema.
La Constitución del 78 hubiera necesitado, lo estaba pidiendo a gritos, un recauchutado a fondo, una vuelta de tuerca profunda y urgente en los años 90, después de los grandes escándalos de corrupción felipista. El señor Aznar creyó enterrar los demonios familiares históricos de los españoles con la prosperidad económica y las aventuras imperiales en el exterior, con los resultados que eran de prever. En el clásico movimiento pendular hispano, tras la soberbia de Aznar llegó a La Moncloa un caballerete que, dispuesto a unir en el bucle del tiempo la España de 2004 con la de 1936, se puso con gran entusiasmo al frente del batallón de derribos del Sistema.
La opción estratégica de Rodríguez Zapatero a favor de un proyecto hegemónico socialista (que implicaba arrinconar a la España que vota derecha, haciendo tabla rasa de la alternancia que ha sido norma desde la muerte de Franco) y a costa de la estabilidad del modelo territorial, le ha llevado a aliarse, de grado o por fuerza, con los enemigos de la España Constitucional, ergo con los enemigos de la unidad de España, cuyo apoyo ha debido pagar abriendo la puerta a una reforma constitucional subrepticia –nuevos Estatutos- y mirando hacia otro lado ante la creciente insolencia de unos nacionalismos crecidos, cuyos desmanes intenta disimular manipulando el lenguaje, mediante el uso y abuso de la palabra huera (verbi gratia, la señora vicepresidenta, el sábado: la propuesta del lehendakari “mas que un desafío es un desvarío...”)
El proceso conduce a la inevitable separación a plazo fijo de al menos dos comunidades autónomas, Cataluña y País Vasco. Lo desgarrador del experimento Zapatero es que los plazos de esa ruptura –consecuencia lógica con un Gobierno central débil, que excita los apetitos separatistas- se han acortado de forma dramática. La quema de retratos del Monarca –para ser respetado, Señor, hay que darse primero a respetar todos los días del año, todos los años- es apenas un síntoma de un mal mucho más profundo: la quema de la identidad de la nación."
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El proceso conduce a la inevitable separación a plazo fijo de al menos dos comunidades autónomas, Cataluña y País Vasco. Lo desgarrador del experimento Zapatero es que los plazos de esa ruptura –consecuencia lógica con un Gobierno central débil, que excita los apetitos separatistas- se han acortado de forma dramática. La quema de retratos del Monarca –para ser respetado, Señor, hay que darse primero a respetar todos los días del año, todos los años- es apenas un síntoma de un mal mucho más profundo: la quema de la identidad de la nación."
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