Philippe Petit.: Pero el umbral de ruptura del que usted habla parece que sólo puede existir clandestinamente. ¿Cómo habitar su mundo, nuestro mundo, sin comprometerse?
Jean Baudrillard: La única excepción es la singularidad. La singularidad es la de la violencia anómala a que me refiero, la que se opone a la violencia real, a la violencia de cualquier principio de realidad, pues la violencia fundamental, la intoxicación fundamental, es la del principio de realidad. Ahora bien, el sistema cada vez crea más realidad, cada vez más socialidad, cada vez más politicidad, cada vez más sexo, cada vez más información, etc. Ahí está su violencia. Pero al mismo tiempo crea paradójicamente cada vez más singularidad (de seres, de fuerzas no identificadas, insumisas, excluidas, que no le necesitan para existir y que se sustraen definitivamente del sistema). El ejemplo de lo social es fantástico. Dentro de poco lo social estará totalmente realizado y solo habrá excluidos. En una sociedad perfectamente consolidada, solo quedarán unos individuos anómalos, unas categorías desocializadas, que ni siquiera tendrán relación, dialéctica o de cualquier otro tipo, con las instituciones sociales lo que ya se está produciendo a un ritmo cada vez mayor.
A medida que lo social se realiza, con la complicidad del discurso sobre lo social, coloca a todo el mundo fuera de juego (los sin domicilio fijo, parados, homeless, y todas la categorías progresivamente desocializadas), y, a la postre, solo seguirán en lo social los sociólogos y los asistentes sociales, aquellos para quienes lo social es su negocio, y seguirán peleándose con su objeto, ahora virtual, aunque plenamente realizado. Después se descubrirá que lo social siempre se ha utilizado como un extrañamiento para los desheredados que en la actualidad están siendo expulsados de allí, como los indios de sus reservas, lo cual permite a las clases favorecidas ocupar lo social como residencia secundaria. Extraño movimiento contradictorio, desequilibrio creciente entre un discurso idealista, voluntarista e ilustrado, en el que todo se resuelve de la mejor de las maneras mediante una huida hacia soluciones ficticias, y el estado de cosas real (si se me permite decir), donde todo se degrada inexorablemente. Lo más desconcertante es que los dos se desarrollan de manera paralela y contradictoria, con el mismo inexorable dinamismo. Lo social es floreciente, y la exclusión, galopante. El progreso pedagógico y el atraso mental. Es posible que ni siquiera exista contradicción ni desequilibrio; ¿solo una torsión de los mismos fenómenos? Este desequilibrio es visible por doquier. Un día Europa estará terminada, y ya no quedará ningún país para formar verdaderamente parte de ella, se realizará a base de exclusiones e inclusiones sucesivas. En última instancia, cuando lo mundial esté cumplido y el ciclo de información sea total, ya no quedará nadie. Ésta es la regla perfecta, la que ya no tiene excepciones. El crimen perfecto, aquel en que solo hay víctimas y cómplices, y no homicidas (nuestra condición actual). Lo social perfecto, aquello en lo que solo hay excluidos. La comunicación perfecta (el éxtasis comunicacional): aquella en la que ya nadie se hablará.
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