"Es difícil aceptar que esa tensión extrema que vive una nación tan antigua como España sea obra directa de unos pocos hombres, la mayoría de origen marroquí, que consiguieron dinero a base de vender hachís e hicieron estallar un puñado de artefactos de fabricación doméstica. De modo que abundan las teorías de la conspiración. Una parte de España cree que ETA estuvo de algún modo implicada en los atentados. O bien los servicios secretos de Marruecos; Rabat, después de todo, consiguió que en Madrid se formara un nuevo Gobierno mucho más de su agrado. O que fue un golpe de la izquierda. En las encuestas, un tercio de los españoles rechaza la versión oficial: que un grupo de la órbita de Al Qaeda perpetró el 11-M en solitario.
Otras explicaciones más inocentes apuntan a que una chapuza policial obstruyó las investigaciones y puso a los españoles a adivinar quiénes eran los verdaderos culpables. Los políticos tampoco han ayudado mucho. Hace dos años, una investigación parlamentaria se convirtió en una farsa cuando los dos grandes partidos trataron de tergiversar las conclusiones en función de sus intereses.
La presencia dominante en esta España a flor de piel es la de su máximo dirigente, Zapatero. Con un historial académico y político mediocre, escasa experiencia internacional y sin idiomas (un hombre del que ni siquiera los socialistas esperaban que ganase), se le ha llegado a calificar de “presidente por accidente”. Con las tensiones que se están fraguando en la política española, el país mal puede permitirse más accidentes”.
Artículo de Matthew Kaminski publicado en The Wall Street Journal, el día 12 de Marzo de 2007, vía Cordobeses en Libertad y Reggio
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