Como casi todos los hitos de nuestra Historia, el nacimiento y desarrollo de la clase media española ha sido un suceso social rápido, intenso y aún por consolidar, razón por la cual se muestra tan sensible a los vaivenes de la economía y, sobre todo, a actuaciones políticas que a menudo interfieren su marcha con efectos sumamente perniciosos. Durante las tres últimas décadas, el empuje de esa amplia clase media ha marcado el rumbo de los acontecimientos. La posibilidad de transformar el concepto progreso en una realidad tangible y material, capaz de generar una riqueza accesible para todos, despertó el instinto emprendedor y la iniciativa de muchos ciudadanos, contribuyendo a dinamizar una sociedad tradicionalmente escéptica y desincentivada por siglos de traumáticos fracasos.
Semejante dinamismo, sin parangón en nuestra Historia, fue capaz, en menos de tres décadas, de cambiar el paisaje de una España tradicionalmente árida y endémicamente pobre, por otro de negocios florecientes, empresas vigorosas y profesionales emprendedores; capaz de generar ideas e iniciativas entre una nueva estirpe de gente aguerrida, ambiciosa e inconformista: casi una nueva raza.
Si nuestra democracia hubiera tenido una mínima consistencia, el corolario de este hito sociológico habría estampado con letras de oro en el inconsciente colectivo la idea de que el esfuerzo siempre tiene recompensa, y de que quien se aplica sin desmayo más tarde o más temprano triunfa, porque, una sociedad que es capaz de vivir del mérito, sabe convertir sus logros en reductos inexpugnables en los que poder buscar refugio cuando llegan los malos tiempos. Pero nada más lejos de la realidad. Contrariamente a lo esperado, los hechos son desoladores: nuestro depauperado sistema democrático ha sido incapaz de preservar y proyectar este éxito. Aún peor, lo ha convertido en objetivo prioritario de un creciente expolio.
Como consecuencia de la creación de riqueza por parte de la clase media y del consiguiente resultado de disponer de unas arcas cada vez más saneadas –fenómeno hasta la fecha desconocido-, han proliferado imparables las políticas basadas en la subvención discrecional, el clientelismo, el intervencionismo económico, la instrumentalización –vía presupuestos- de organismos, entidades, asociaciones, medios y lobbys al servicio del poder, y el crecimiento incontrolado de las estructuras estatales. Y todo ello elevado a la enésima potencia por un modelo autonómico tan insostenible como intocable, que multiplica por 17 el expolio generalizado al que está sometida la parte más productiva de nuestra sociedad.
Con todo ello, las castas dirigentes, las impenetrables estructuras de poder y nuestra nula combatividad como sociedad civil, han transformado el éxito de la clase media española en una crisis de modelo. Tal ha sido el nivel de expolio alcanzado en estos años que, mientras la superestructura se ha reproducido a ritmo de plaga, la clase media española ha terminado, por el contrario, imposibilitada para poder procrear y renovarse a sí misma.
Aún no hay datos oficiales disponibles, pero según el Servicio de Estudios del BBVA, la previsión para 2009 es que la renta disponible real de las familias crecerá un 0,4%, cuando lo hacía al 3,4% en 2001 y al 4,2% en 2005. Al ritmo de deterioro de la situación actual, que a este paso va a obligar a economistas e institutos de análisis a revisar sus previsiones semanalmente, ese crecimiento del 0,4% bien podría ser negativo a fin de año, si es que no lo es ya. A esto hay que añadir el incremento de la presión impositiva conjunta, la fuerte subida de los servicios sometidos a tarifas públicas, y la penalización del ahorro.
En mi opinión, la extinción definitiva de la clase media española se ha consumado ya con la pérdida del último refugio de su exhausto patrimonio: el pisito, el adosado, el chalet. Ese refugio último donde, en una desesperada estrategia defensiva, han ido a parar las rentas salvadas del sistemático saqueo; un postrero sacrificio mucho más que heroico, pero tan inútil como suicida.
Sin patrimonio, sin rentas, endeudada y sin crédito, la proletarización se yergue como la gran amenaza de una gran parte de la clase media española. De hecho, esta clase social, que era capaz de crear riqueza por sí misma al tiempo que mantenía un sistema básicamente depredador, vive ya con enorme intensidad un proceso de reconversión que la desarma y deja inerme frente a un poder político omnívoro. Más pronto que tarde, la suma de clase media proletarizada, mileuristas e inmigrantes hará que este modelo basado en el expolio desemboque en la lógica quiebra del Estado del Bienestar y, posiblemente, en el advenimiento de un modelo populista que lo negará todo.
Una inmensa mayoría de ciudadanos –por fin iguales en la pobreza- sólo podrá canalizar su desesperación a través de polémicas artificiales creadas al dictado del poder. La última fase del proceso de deterioro les llevará a combatir entre sí, en medio de un clima de permanente tensión social. Por desgracia, no se trata de ninguna profecía. Mucho me temo que es algo que ya está sucediendo.
*Javier Benegas, es experto en branding y comunicación.
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