España necesita, hoy más que nunca, una sociedad civil que ponga freno a los disparates que día tras día comete la clase política ante la asombrosa anuencia de gran parte de la ciudadanía. Un movimiento cívico que establezca una barrera, respecto a determinados signos identificativos que son motivo de orgullo y signo de pertenencia en otras naciones, imposible de rebasar. Que ponga patas arriba el sistema actual de partidos, su sospechosa financiación a través de sociedades domiciliadas en el extranjero, la no adopción en sus cuentas de criterios de contabilidad internacionalmente aceptados, el carácter plebiscitario y tercermundista de sus procesos de elección que recuerda a las Asambleas del Partido Comunista Chino, la ausencia de disensión, la falta de experiencia práctica, preparación e incluso capacidad de muchos de sus miembros (el 65% de los parlamentarios españoles no han pisado la empresa privada), la discriminación que obliga a un bedel ministerial a hacer una oposición pero que no impide a un animal político sin formación llegar a dirigir un ministerio. Que denuncie ese sucedáneo del Despotismo Ilustrado, Todo para el Pueblo pero sin el Pueblo, en que se ha convertido gran parte de nuestro teatro público. Y sobre todo, que ponga un dique a un modo de hacer las cosas, el caradurismo, -ande yo caliente, ríase la gente-, que encuentra una de sus máximas expresiones en la complacencia con la que nuestros parlamentarios contemplan el deterioro de la Seguridad Social mientras ellos, todos ellos, y con el dinero de los españoles, destinan 2,5 millones de euros al año para que una entidad privada, el BBVA que ganó el concurso, trate de garantizar el futuro de un colectivo cuyo mayor mérito es tratar de perpetuar un modelo, el anteriormente descrito, del que resulta ser el mayor beneficiado.
La arenga no es propia, corresponde a un comensal con el que departí ayer, próximo colaborador de Cotizalia, pero como si lo fuera. Por dos motivos. Uno. España, de verdad, necesita de una sociedad civil por pura higiene democrática. Su ausencia no puede sino ser caldo de cultivo para la aparición de una estrella política que aglutine el desencanto de esa clase media y obrera que va a ser la mayor perjudicada de la crisis actual. Un líder que se dedique a hacer de la xenofobia y la exclusión, esto es, del gobierno contra, el mensaje central de su ideario político. Se equivocan quienes temen a la teórica extrema derecha alentada por unos obispos que parece no tienen otra cosa que hacer. No es éste sino aquél el verdadero peligro. Un peligro que puede verse auspiciado por, vuelta la burra al trigo, dos, la difícil situación por la que amenaza transitar la Seguridad Social, cuyo sistema de reparto y no de capitalización, aceptado comúnmente, no deja de ser un fraude piramidal de proporciones gigantescas legitimado de forma consuetudinaria. Les recuerdo lo que escribí sobre el tema en mayo de 2006: “Me uno, finalmente, a la opinión que han reflejado muchos lectores de este periódico digital estos días: el mayor fraude piramidal con diferencia en este país es el de una Seguridad Social concebida como sistema de reparto y no de capitalización. Tal y como evoluciona la pirámide poblacional, visto cómo España se ha convertido en la panacea sanitaria de cualquier indocumentado que caiga por aquí y teniendo en cuenta el bajo nivel de participación en productos privados de pensiones que hay en España, nos enfrentamos a un problemón de aquí a menos de 15 años. Y si el viento deja de soplar de cola... abróchense los cinturones que va a haber turbulencias. Claro que a ver quién es el guapo que denuncia este fraude a todos los que contribuimos a pagar el sistema hoy en la esperanza de una prestación futura que sólo Dios sabe si vendrá. Pido no”.
Pues bien, hoy es el día en que el viento ha dejado de soplar de cola. Con la crisis económica actual los ingresos de la Seguridad Social se van a resentir, especialmente una vez que desaparezca el efecto al alza provocado por las cláusulas de salvaguarda salarial que han elevado las bandas de cotización de muchos contribuyentes. Por el contrario, los gastos sólo tienen un camino: hacia arriba. Las prestaciones por desempleo están incrementándose a un ritmo similar al de principio de los años 90. Y lo peor está por llegar si nos atenemos a lo que afirma el divino Celestino. Es verdad que, según se desprende de la propia Seguridad Social, la cifra de partida de los ingresos es sustancialmente superior a la de los pagos. Sin embargo, si se produjera un estancamiento de las entradas y, por el contrario, las salidas aumentaran en tasa interanual tan sólo un 5% adicional en cada uno de los próximos cinco años, podría darse una situación en la que, dentro de un quinquenio, las aportaciones de los paganini actuales no puedan hacer frente a los desembolsos exigidos por el sistema. ¿Y entonces? No es de extrañar que cada vez sean más las voces que exijan un nuevo Pacto de Toledo que aborde la reforma en profundidad de la institución para adecuarla a la nueva realidad demográfica y económica española.
Una reforma que resulta ineludible e inaplazable, que debería venir acompañadas de medidas fiscales de fomento de la previsión privada, y que requiere el consenso común de, como dicen los cursis, la gran mayoría del arco parlamentario. Es demasiado lo que está en juego. Entre otras cosas, probablemente, la propia estabilidad social de nuestro país. Bien. Seamos generosos y hagamos, para concluir, una concesión a nuestra clase política, expresión de la soberanía popular en la división de poderes de Montesquieu (algo que debería hacernos reflexionar, ¿cuál es la España que muestra?, ¿qué consonancia tiene con la realidad?, ¿dónde queda reflejada la riqueza de la sociedad española, en el pensamiento único que se impone en cada partido?). Aceptemos, son humanos al fin y al cabo, que pongan a salvo primero sus posaderas ante las posibles inclemencias futuras, aunque suponga una traición al interés por la colectividad que teóricamente, McCoy despierta, justifica cualquier vocación por la cosa pública. Pero una vez superado ese trago, joder que tropa que diría Rajoy, exijámosles sin desmayo que se pongan de una vez manos a la obra. Desde mi pequeña porción de sociedad civil tengo el derecho y el deber de exigírselo. Así lo hago, Eso sí, no les voy a engañar, con la misma convicción con que San Juán Bautista hacía su prédica en el desierto.
fuente: El Confidencial
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