Zygmunt Bauman trata el tema de la renta básica en su libro EN BUSCA DE LA POLITICA. FCE. México, 2002, de la siguiente manera:
Defensa del ingreso básico
Thomas Payne fue el primero en postular la idea de un “ingreso básico” independiente del trabajo realizado y vendido. Como es usual, su idea se adelantó a su tiempo; el siglo siguiente iba a consagrar el trabajo bajo la forma de un producto vendido y comprado. El empleo no solo se ha convertido en el único medio de acceder a un ingreso, sino que además el trabajo era identificado con una actividad vendible, condicionada por la presencia de compradores deseosos de pagar por ella: la demanda del mercado era la única con derecho a diferenciar el trabajo del no trabajo.
Tuvo que pasar otro siglo para poner en evidencia las limitaciones y la absoluta insuficiencia del esquema, y para revelar que, en realidad, sobre el se cernía una amenaza a los parámetros éticos, la solidaridad social y la trama de las relaciones humanas.
Dos siglo después de Thomas Payne, su idea de separar la subsistencia esencial del empleo ha sido planteada una y otra vez en Europa; en Francia, por Jacques Duboin en la década de 1930 y más tarde por sus seguidores; en Bélgique por Charles Fourier Circle en la década de 1980; en Alemania, en Holanda y en España, por los Verdes en años recientes, y en Irlanda, nada menos que por una autoridad como el Congreso Nacional de Obispos. La idea reaparece una y otra vez bajo diferentes nombres y en versiones apenas distintas. Por ejemplo, Yoland Bresson y René Passet hablan de “revenu d´existance”; Phillipe van Parijs, de “distribución universal”; Jean –Marc Ferry, del “ingreso por ciudadanía”; Jean-Paul Maréchal, de “el segundo cheque”.
Se ha postulado todo tipo de argumentaciones que respaldan esa idea. El argumento de la necesidad (uno del tipo “no hay alternativa”: no hay suficiente trabajo remunerado para garantizar la supervivencia de todos) acecha permanentemente desde los laterales, aunque no se desplaza al centro del debate. Otros argumentos ocupan el lugar de privilegio. Algunos convocan la justicia histórica: la actual riqueza de Occidente es el legado conjunto de generaciones y debe beneficiar a todos los descendientes. Otros argumentos se refieren a la equidad básica de los derechos humanos: es cierto que todo el mundo tiene derecho a hacer con su vida lo que considere mejor y tiene la obligación de ganarse los recursos necesarios para concretar esa elección… pero el derecho a seguir con vida que condiciona toda elección y que la precede es propiedad inalienable de todos los seres humanos, no algo que tenga que ganarse.
Sin embargo, los argumentos más comunes han sido hasta ahora pragmáticos más que filosóficos: señalan los beneficios de que gozarán las sociedades por permitirles a sus miembros asegurarse la subsistencia sin someterse a la definición de trabajo impuesta por el mercado laboral. Hay muchas áreas cruciales para la vida vivida en conjunto, para la calidad de vida y de las relaciones humanas, que requieren mucho tiempo y esfuerzo, pero que están desatendidas o mal atendidas debido a las presiones que surgen de someter los merecimientos humanos a los veredictos del mercado laboral. Esas áreas son por ejemplo, el cuidado de los ancianos, los niños, los inválidos y los enfermos; las responsabilidades que implican mantener viva la comunidad y digna la vida en común; la conservación del medio ambiente y el paisaje; el trabajo voluntario en pos del bien común; o, simplemente reunirse a deliberar con vistas a mejorar el destino en común. Todas estas áreas y muchas otras (también aquellas que es estas circunstancias resultan inimaginables, pero que sin duda serán descubiertas o inventadas en condiciones más propicias) se marchitan y son rápidamente convertidas en páramos, ya que casi todos los intentos de cultivarlas caen en la inquietante cuestión del dinero que hay que pagar para que el trabajo se haga, de modo que el intento se frustra antes de empezar. Un ingreso básico alegan todas las argumentaciones favorables, liberaría el tiempo, el trabajo, el pensamiento y la voluntad necesarios para ocuparse adecuadamente de las áreas ahora descuidadas, para beneficio evidente de la calidad de vida de todos los involucrados.
Sin embargo, la necesidad de preservar o restaurar las condiciones básicas de la vida y la ciudadanía republicanas no ha figurado de manera prominente en el debate acerca del ingreso básico; al menos no con la importancia que merece. No tengo intención de cuestionar ninguno de los argumentos esgrimidos hasta ahora; todos ellos son válidos y todos ellos merecen una seria consideración. Y si se les considera seriamente, seguramente se les encontrará convincentes y atractivos.
No obstante, el argumento decisivo a favor de la incondicional garantía social de una subsistencia básica no se hallará en la obligación moral hacia los disminuidos e indigentes (por redentor que sea el cumplimiento de esa obligación para la salud ética de la sociedad), ni en las interpretaciones filosóficas de la equidad o la justicia (por importante que sea despertar y mantener la conciencia humana en este aspecto), ni en los beneficios de la calidad de vida en común (por cruciales que sean para el bienestar general y para la supervivencia de las relaciones humanas), sino en su significación política o en su importancia para la política: su rol crucial en la restauración del perdido espacio privado-público, y en cuanto a dar contenido a ese espacio privado-público actualmente vacío. En otras palabras, en el hecho de que es condición sine qua non para el renacimiento de una ciudadanía y una república plenas, ya que ambas solamente son concebibles en compañia de gente confiada, gente libre de miedo existencial... gente segura.
…. (sigue) En busca de la política. FCE. México 2002, págs. 189 a 192 [primera edición en inglés en 1999].
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Como se puede apreciar, los matices que introduce Bauman contrastan notablemente con los asertos expeditivos del editorial de Expansión, dos “post” atrás.
Defensa del ingreso básico
Thomas Payne fue el primero en postular la idea de un “ingreso básico” independiente del trabajo realizado y vendido. Como es usual, su idea se adelantó a su tiempo; el siglo siguiente iba a consagrar el trabajo bajo la forma de un producto vendido y comprado. El empleo no solo se ha convertido en el único medio de acceder a un ingreso, sino que además el trabajo era identificado con una actividad vendible, condicionada por la presencia de compradores deseosos de pagar por ella: la demanda del mercado era la única con derecho a diferenciar el trabajo del no trabajo.
Tuvo que pasar otro siglo para poner en evidencia las limitaciones y la absoluta insuficiencia del esquema, y para revelar que, en realidad, sobre el se cernía una amenaza a los parámetros éticos, la solidaridad social y la trama de las relaciones humanas.
Dos siglo después de Thomas Payne, su idea de separar la subsistencia esencial del empleo ha sido planteada una y otra vez en Europa; en Francia, por Jacques Duboin en la década de 1930 y más tarde por sus seguidores; en Bélgique por Charles Fourier Circle en la década de 1980; en Alemania, en Holanda y en España, por los Verdes en años recientes, y en Irlanda, nada menos que por una autoridad como el Congreso Nacional de Obispos. La idea reaparece una y otra vez bajo diferentes nombres y en versiones apenas distintas. Por ejemplo, Yoland Bresson y René Passet hablan de “revenu d´existance”; Phillipe van Parijs, de “distribución universal”; Jean –Marc Ferry, del “ingreso por ciudadanía”; Jean-Paul Maréchal, de “el segundo cheque”.
Se ha postulado todo tipo de argumentaciones que respaldan esa idea. El argumento de la necesidad (uno del tipo “no hay alternativa”: no hay suficiente trabajo remunerado para garantizar la supervivencia de todos) acecha permanentemente desde los laterales, aunque no se desplaza al centro del debate. Otros argumentos ocupan el lugar de privilegio. Algunos convocan la justicia histórica: la actual riqueza de Occidente es el legado conjunto de generaciones y debe beneficiar a todos los descendientes. Otros argumentos se refieren a la equidad básica de los derechos humanos: es cierto que todo el mundo tiene derecho a hacer con su vida lo que considere mejor y tiene la obligación de ganarse los recursos necesarios para concretar esa elección… pero el derecho a seguir con vida que condiciona toda elección y que la precede es propiedad inalienable de todos los seres humanos, no algo que tenga que ganarse.
Sin embargo, los argumentos más comunes han sido hasta ahora pragmáticos más que filosóficos: señalan los beneficios de que gozarán las sociedades por permitirles a sus miembros asegurarse la subsistencia sin someterse a la definición de trabajo impuesta por el mercado laboral. Hay muchas áreas cruciales para la vida vivida en conjunto, para la calidad de vida y de las relaciones humanas, que requieren mucho tiempo y esfuerzo, pero que están desatendidas o mal atendidas debido a las presiones que surgen de someter los merecimientos humanos a los veredictos del mercado laboral. Esas áreas son por ejemplo, el cuidado de los ancianos, los niños, los inválidos y los enfermos; las responsabilidades que implican mantener viva la comunidad y digna la vida en común; la conservación del medio ambiente y el paisaje; el trabajo voluntario en pos del bien común; o, simplemente reunirse a deliberar con vistas a mejorar el destino en común. Todas estas áreas y muchas otras (también aquellas que es estas circunstancias resultan inimaginables, pero que sin duda serán descubiertas o inventadas en condiciones más propicias) se marchitan y son rápidamente convertidas en páramos, ya que casi todos los intentos de cultivarlas caen en la inquietante cuestión del dinero que hay que pagar para que el trabajo se haga, de modo que el intento se frustra antes de empezar. Un ingreso básico alegan todas las argumentaciones favorables, liberaría el tiempo, el trabajo, el pensamiento y la voluntad necesarios para ocuparse adecuadamente de las áreas ahora descuidadas, para beneficio evidente de la calidad de vida de todos los involucrados.
Sin embargo, la necesidad de preservar o restaurar las condiciones básicas de la vida y la ciudadanía republicanas no ha figurado de manera prominente en el debate acerca del ingreso básico; al menos no con la importancia que merece. No tengo intención de cuestionar ninguno de los argumentos esgrimidos hasta ahora; todos ellos son válidos y todos ellos merecen una seria consideración. Y si se les considera seriamente, seguramente se les encontrará convincentes y atractivos.
No obstante, el argumento decisivo a favor de la incondicional garantía social de una subsistencia básica no se hallará en la obligación moral hacia los disminuidos e indigentes (por redentor que sea el cumplimiento de esa obligación para la salud ética de la sociedad), ni en las interpretaciones filosóficas de la equidad o la justicia (por importante que sea despertar y mantener la conciencia humana en este aspecto), ni en los beneficios de la calidad de vida en común (por cruciales que sean para el bienestar general y para la supervivencia de las relaciones humanas), sino en su significación política o en su importancia para la política: su rol crucial en la restauración del perdido espacio privado-público, y en cuanto a dar contenido a ese espacio privado-público actualmente vacío. En otras palabras, en el hecho de que es condición sine qua non para el renacimiento de una ciudadanía y una república plenas, ya que ambas solamente son concebibles en compañia de gente confiada, gente libre de miedo existencial... gente segura.
…. (sigue) En busca de la política. FCE. México 2002, págs. 189 a 192 [primera edición en inglés en 1999].
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Como se puede apreciar, los matices que introduce Bauman contrastan notablemente con los asertos expeditivos del editorial de Expansión, dos “post” atrás.
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