Escribe Dominique Quessada, en su libro La era del Siervoseñor. La filosofía, la publicidad y el control de la opinión:
Como señala Alain Ehrenberg: “El imaginario de la exclusión es omnipresente. [….] las clases sociales siguen existiendo pero ya no se percibe la organización social en términos de “arriba” y “abajo”, sino en términos de “in” y de “out”. Existe la gente normal y existen los excluidos, los que están “out”, fuera. Ya no se está abajo, sino fuera”.
De hecho, lo exterior ya no tiene sentido como tal. Solo subsiste la idea de “en otro sitio”. Pero este “en otro sitio” está él mismo integrado, aunque no esté bien simbolizado. El carácter de no negatividad, y por tanto de no exterioridad, aspira a deshacerse de la figura del Otro. La desaparición del Otro adopta sin embargo una forma paradójica mostrándose como una inclusión generalizada: el Otro se halla potencialmente en cada uno. Los lugares de paso hacia ese “otro sitio” son zonas sometidas a una gran reglamentación: el INEM, los suburbios “de riesgo” abandonados por la sociedad como si fueran espacios donde el derecho no existe, etc. El que penetra en ellas no desciende en la jerarquía social: sale. No cae, se desliza hacia “otro sitio”, sin salir por ello verdaderamente de la sociedad, puesto que ésta ya no dispone de exterior, y por tanto de medios para simbolizar el paso, no obstante necesario, hacia una forma mínima de exterioridad. Y, sin duda, el problemático estatuto de la muerte en nuestras sociedades es también el resultado de esta desaparición del concepto de exterioridad en un sistema en el que la inmanencia se ha generalizado.
El que sale de la economía sale de la vida si ésta se reduce a ser la vida “activa”. Entra en los limbos donde ya no erran las almas en pena, sino los cuerpos económicamente excluidos. Aunque conserve la sombra, la apariencia, los derechos cívicos, se ve progresivamente desprendido de la sociedad. Es la famosa “vergüenza que dicen sentir todos los parados de larga duración: la vergüenza de pertenecer a la categoría de aquellos a quienes el derecho les ha abandonado “en otro sitio”.
La figura del Otro –es decir, ya no la del enemigo, la del que está en frente- se ha metamorfoseado en la del excluido. El otro en sí es el parado potencial en que todos nos hemos convertido.
El que posee hoy un empleo no es más que un parado en potencia. Por tanto, todos representamos para los demás una figura del Otro en la medida en que todos podemos bascular brutalmente hacia dicha figura. A todos nos dobla potencialmente nuestro otro, al que nada diferencia de los “mismos” aparte de la inserción en una realidad económica. Todos llevamos así una suerte de presencia del Otro en nosotros. Todos somos otro prorrogado. Podemos convertirnos en el Otro, es decir, en otro que reside en el mismo, uniéndonos a la cohorte de los excluidos. La exclusión social instala en el imaginario y en lo real una verdadera fábrica de otros. Esta figura del Otro-incluido-en-el-Mismo, este Otro al que nada distingue del Mismo –ni su apariencia, ni su nacionalidad, ni su etnia, ni su religión, ni nada-, forma entonces una categoría enfermiza. Ya no es el Otro de la pasión, sino una figura patológica a la que los políticos mas generosos pueden considerar en el mejor de los casos, merecedora de una medicina social.
Pags. 274 y 275, del libro publicado por TUSQUETS, Ensayo. Barcelona, 2006
Dominique Quessada, es doctor en Filosofía por la Sorbona, Es además autor de LE NOMBRIL DES FEMMES, y LA SOCIETE DE CONSOMMATION DE SOi.
Como señala Alain Ehrenberg: “El imaginario de la exclusión es omnipresente. [….] las clases sociales siguen existiendo pero ya no se percibe la organización social en términos de “arriba” y “abajo”, sino en términos de “in” y de “out”. Existe la gente normal y existen los excluidos, los que están “out”, fuera. Ya no se está abajo, sino fuera”.
De hecho, lo exterior ya no tiene sentido como tal. Solo subsiste la idea de “en otro sitio”. Pero este “en otro sitio” está él mismo integrado, aunque no esté bien simbolizado. El carácter de no negatividad, y por tanto de no exterioridad, aspira a deshacerse de la figura del Otro. La desaparición del Otro adopta sin embargo una forma paradójica mostrándose como una inclusión generalizada: el Otro se halla potencialmente en cada uno. Los lugares de paso hacia ese “otro sitio” son zonas sometidas a una gran reglamentación: el INEM, los suburbios “de riesgo” abandonados por la sociedad como si fueran espacios donde el derecho no existe, etc. El que penetra en ellas no desciende en la jerarquía social: sale. No cae, se desliza hacia “otro sitio”, sin salir por ello verdaderamente de la sociedad, puesto que ésta ya no dispone de exterior, y por tanto de medios para simbolizar el paso, no obstante necesario, hacia una forma mínima de exterioridad. Y, sin duda, el problemático estatuto de la muerte en nuestras sociedades es también el resultado de esta desaparición del concepto de exterioridad en un sistema en el que la inmanencia se ha generalizado.
El que sale de la economía sale de la vida si ésta se reduce a ser la vida “activa”. Entra en los limbos donde ya no erran las almas en pena, sino los cuerpos económicamente excluidos. Aunque conserve la sombra, la apariencia, los derechos cívicos, se ve progresivamente desprendido de la sociedad. Es la famosa “vergüenza que dicen sentir todos los parados de larga duración: la vergüenza de pertenecer a la categoría de aquellos a quienes el derecho les ha abandonado “en otro sitio”.
La figura del Otro –es decir, ya no la del enemigo, la del que está en frente- se ha metamorfoseado en la del excluido. El otro en sí es el parado potencial en que todos nos hemos convertido.
El que posee hoy un empleo no es más que un parado en potencia. Por tanto, todos representamos para los demás una figura del Otro en la medida en que todos podemos bascular brutalmente hacia dicha figura. A todos nos dobla potencialmente nuestro otro, al que nada diferencia de los “mismos” aparte de la inserción en una realidad económica. Todos llevamos así una suerte de presencia del Otro en nosotros. Todos somos otro prorrogado. Podemos convertirnos en el Otro, es decir, en otro que reside en el mismo, uniéndonos a la cohorte de los excluidos. La exclusión social instala en el imaginario y en lo real una verdadera fábrica de otros. Esta figura del Otro-incluido-en-el-Mismo, este Otro al que nada distingue del Mismo –ni su apariencia, ni su nacionalidad, ni su etnia, ni su religión, ni nada-, forma entonces una categoría enfermiza. Ya no es el Otro de la pasión, sino una figura patológica a la que los políticos mas generosos pueden considerar en el mejor de los casos, merecedora de una medicina social.
Pags. 274 y 275, del libro publicado por TUSQUETS, Ensayo. Barcelona, 2006
Dominique Quessada, es doctor en Filosofía por la Sorbona, Es además autor de LE NOMBRIL DES FEMMES, y LA SOCIETE DE CONSOMMATION DE SOi.
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