Este post, y otros que irán apareciendo, tratará de la España lubricada, la adormecida, la que no quiere problemas, la que “lo tiene claro”, la que traga con carros y carretas. La que dice que pasa de todo. La que tiene un respeto reverencial al dinero y al poder, y a quienes lo tienen y lo detentan. La que soporta todas las democracias orgánicas que nos echen: la del Caudillo, y la que ahora sufrimos.
En automoción y en la industria los lubricantes son aceites especiales; en la vida civil el lubricante puede ser el dinero, las propiedades, el poder, las expectativas de alcanzar algo de ello y hasta las apariencias. Sí, porque es fundamental aparentar, y hay gente que si puede aparentar ya se da por lubricada.
La expresión recoge aquellos discursos, gestos, talantes, acciones y omisiones de ciertos ciudadanos y políticos, que no me gustan. Y espero que no solo a mí.
Tiene que ver con esa parte del país, esos ciudadanos de ciudadanía desvaída, que se ocupan solo de lo suyo, teniendo siempre en cuenta a sus vecinos solo para emularlos o superarlos en lo material, cuando no para perjudicarlos. Que eluden lo comunitario, lo social y por supuesto lo político - ya se sabe, la política para los políticos [y así nos va] -, que tienen una ética débil, endeble, y hasta con dobleces, pese a sus creencias y prácticas religiosas. Y sus mejores virtudes cívicas son acomodaticias y hasta pancistas. Todo va bien mientras a ellos les va bien. Tienen miedo.
En esta ocasión, encaja perfectamente con lo que quiero comunicar con la expresión acuñada, el contenido del artículo de Pedro Mielgo -Ex Presidente de Red Eléctrica Española-, TODOS LO HACEN: ETICA, POLITICA Y ECONOMIA, publicado en la sección de Opinión de elEconomista, 13/09/2006.
¿Confiaría usted la administración de su patrimonio a alguien que cometiese algo que usted considera irregular e intentase justificarse diciendo que todos lo hacen?
Hace dos semanas, un portavoz echaba un capote al presidente del gobierno, después de que este hubiese realizado un agradable viaje privado en un avión reservado a viajes oficiales con el argumento de que lo “hacen todos”. Se refería a todos los políticos de similar rango de otros países. Dos días después, sin duda advertido de lo insostenible de su argumento, volvió a salir a la palestra para decir que esos aviones se utilizaban por “razones de seguridad”. Argumento que no resiste el más mínimo análisis lógico. O bien este presidente es distinto de los numerosos políticos y familias reales que viajan en aviones de línea sin mayor problema (tampoco de seguridad), o bien hay que cerrar todas las líneas aéreas porque no son seguras.
Pero evidentemente no es ese el meollo de la cuestión.
Cuando los políticos que se llenan la boca pidiendo la ética acaban reduciendo todo criterio moral a que “todos lo hacen”, queda claro a dónde hemos (han) llegado.
Si a los políticos les es exigible un grado elevado de moralidad no es por un rigor moralista trasnochado, sino porque el ejemplo es fuente principal de moralidad.
Otros dirán que allá cada cual con su vida privada. Pues precisamente, lo que importa es la vida privada. Si los políticos fueran ejemplares, ¿harían falta tantas leyes como se promulgan regulando aspectos cada vez más propios de nuestra vida privada? Decía Rousseau que Licurgo estableció costumbres que casi dispensaban de añadir a ella leyes, y Edmund Burke, que todo lo aprendemos mucho más por la imitación que por las leyes. Solo un testimonio más. El revolucionario Saint-Just se quejaba de que “se promulgan demasiadas leyes, pero se dan pocos ejemplos”.
Qué tiene todo esto que ver con la economía se preguntarán. Desde Adam Smith en la Teoría de los Sentimientos Morales, hasta hoy, ha quedado claro que la vida económica y la democracia misma, no son posibles a través de la sola ley como norma. La ley no puede llegar a regular todas las situaciones y la casuística imaginables, so pena de asfixiar la misma vida que trata de regular. La economía, la actividad empresarial y la democracia no son posibles si no se dan unas cuantas virtudes básicas, y más en quienes más visibles son en la sociedad. Max Weber dijo que “solo gracias a cualidades morales ciertas y desarrolladas, el empresario obtiene la confianza de sus empleados y clientes” Pues que decir de los gobernantes y de la confianza de los gobernados.
No puede sorprender que, a la vista del ejemplo de algunos políticos, otras muchas personas digan que si ellos lo hacen, nosotros también, si hay bula para unos, que la haya para todos. Y así el clima social se corrompe y se degrada hasta extremos que hace pocos años nos habrían parecido impensables.
No puede sorprender tampoco que España pierda atractivo para la inversión y sea el hazmerreir de Europa, ni que aumente el número de escándalos en la política y en los negocios.
Es llamativo el contraste entre esa falta de ejemplaridad y el empeño de imponer normas de buen gobierno, por ejemplo, en las empresas. Ante una actuación dudosa o irregular de un empresario, son los gobernantes o sus emisarios los primeros que sacan a relucir la vida privada de los interesados. Pero claman indignados cuando les toca a ellos. Son los mismos políticos que claman por profesionales de reconocido prestigio para los puestos que requieren mas integridad moral, traduciéndolo por mis amigos o alguien de los míos, ¿Les confiaría usted sus ahorros? Pues ellos son quien administran nuestros impuestos, promulgan leyes y regulan hasta un detalle insoportable la actividad económica (y otros aspectos de la vida).
La deriva caciquil del régimen político español es una evidencia y está alcanzando límites preocupantes. El sistema repele a los mejores, y el nivel medio desciende de forma alarmante. Gran parte de la corrupción que abunda cada día más tiene que ver con la degradación moral promovida por el ejemplo nefasto de algunos políticos y hombres públicos. ¿Por qué? Estar en política no es obligatorio. Hay otras formas de ganarse la vida, incluso honradamente. No hay más que proponérselo, pero evidentemente es mucho más provechosa la confusión de lo público y lo privado, típica de los partidos políticos con tendencias totalitarias. No es una hipérbole. Basta repasar la historia: Hitler, Stalin, Mao y recientes figuras de la política europea empezaron predicando la integridad y acabaron imponiendo una legalidad asfixiante como única norma moral…. Para los demás.
El hartazgo que la sociedad española muestra hacia la política y los políticos debería llevarles a hacer examen de conciencia y propósito de la enmienda. Recientes encuestas muestran que los españoles sitúan la política (y los políticos) como una de sus principales preocupaciones, inmediatamente después del paro, la delincuencia, el terrorismo y la inmigración.
..Se buscan políticos ejemplares, que prediquen menos y hagan más. Los de siempre, abstenerse.
En automoción y en la industria los lubricantes son aceites especiales; en la vida civil el lubricante puede ser el dinero, las propiedades, el poder, las expectativas de alcanzar algo de ello y hasta las apariencias. Sí, porque es fundamental aparentar, y hay gente que si puede aparentar ya se da por lubricada.
La expresión recoge aquellos discursos, gestos, talantes, acciones y omisiones de ciertos ciudadanos y políticos, que no me gustan. Y espero que no solo a mí.
Tiene que ver con esa parte del país, esos ciudadanos de ciudadanía desvaída, que se ocupan solo de lo suyo, teniendo siempre en cuenta a sus vecinos solo para emularlos o superarlos en lo material, cuando no para perjudicarlos. Que eluden lo comunitario, lo social y por supuesto lo político - ya se sabe, la política para los políticos [y así nos va] -, que tienen una ética débil, endeble, y hasta con dobleces, pese a sus creencias y prácticas religiosas. Y sus mejores virtudes cívicas son acomodaticias y hasta pancistas. Todo va bien mientras a ellos les va bien. Tienen miedo.
En esta ocasión, encaja perfectamente con lo que quiero comunicar con la expresión acuñada, el contenido del artículo de Pedro Mielgo -Ex Presidente de Red Eléctrica Española-, TODOS LO HACEN: ETICA, POLITICA Y ECONOMIA, publicado en la sección de Opinión de elEconomista, 13/09/2006.
¿Confiaría usted la administración de su patrimonio a alguien que cometiese algo que usted considera irregular e intentase justificarse diciendo que todos lo hacen?
Hace dos semanas, un portavoz echaba un capote al presidente del gobierno, después de que este hubiese realizado un agradable viaje privado en un avión reservado a viajes oficiales con el argumento de que lo “hacen todos”. Se refería a todos los políticos de similar rango de otros países. Dos días después, sin duda advertido de lo insostenible de su argumento, volvió a salir a la palestra para decir que esos aviones se utilizaban por “razones de seguridad”. Argumento que no resiste el más mínimo análisis lógico. O bien este presidente es distinto de los numerosos políticos y familias reales que viajan en aviones de línea sin mayor problema (tampoco de seguridad), o bien hay que cerrar todas las líneas aéreas porque no son seguras.
Pero evidentemente no es ese el meollo de la cuestión.
Cuando los políticos que se llenan la boca pidiendo la ética acaban reduciendo todo criterio moral a que “todos lo hacen”, queda claro a dónde hemos (han) llegado.
Si a los políticos les es exigible un grado elevado de moralidad no es por un rigor moralista trasnochado, sino porque el ejemplo es fuente principal de moralidad.
Otros dirán que allá cada cual con su vida privada. Pues precisamente, lo que importa es la vida privada. Si los políticos fueran ejemplares, ¿harían falta tantas leyes como se promulgan regulando aspectos cada vez más propios de nuestra vida privada? Decía Rousseau que Licurgo estableció costumbres que casi dispensaban de añadir a ella leyes, y Edmund Burke, que todo lo aprendemos mucho más por la imitación que por las leyes. Solo un testimonio más. El revolucionario Saint-Just se quejaba de que “se promulgan demasiadas leyes, pero se dan pocos ejemplos”.
Qué tiene todo esto que ver con la economía se preguntarán. Desde Adam Smith en la Teoría de los Sentimientos Morales, hasta hoy, ha quedado claro que la vida económica y la democracia misma, no son posibles a través de la sola ley como norma. La ley no puede llegar a regular todas las situaciones y la casuística imaginables, so pena de asfixiar la misma vida que trata de regular. La economía, la actividad empresarial y la democracia no son posibles si no se dan unas cuantas virtudes básicas, y más en quienes más visibles son en la sociedad. Max Weber dijo que “solo gracias a cualidades morales ciertas y desarrolladas, el empresario obtiene la confianza de sus empleados y clientes” Pues que decir de los gobernantes y de la confianza de los gobernados.
No puede sorprender que, a la vista del ejemplo de algunos políticos, otras muchas personas digan que si ellos lo hacen, nosotros también, si hay bula para unos, que la haya para todos. Y así el clima social se corrompe y se degrada hasta extremos que hace pocos años nos habrían parecido impensables.
No puede sorprender tampoco que España pierda atractivo para la inversión y sea el hazmerreir de Europa, ni que aumente el número de escándalos en la política y en los negocios.
Es llamativo el contraste entre esa falta de ejemplaridad y el empeño de imponer normas de buen gobierno, por ejemplo, en las empresas. Ante una actuación dudosa o irregular de un empresario, son los gobernantes o sus emisarios los primeros que sacan a relucir la vida privada de los interesados. Pero claman indignados cuando les toca a ellos. Son los mismos políticos que claman por profesionales de reconocido prestigio para los puestos que requieren mas integridad moral, traduciéndolo por mis amigos o alguien de los míos, ¿Les confiaría usted sus ahorros? Pues ellos son quien administran nuestros impuestos, promulgan leyes y regulan hasta un detalle insoportable la actividad económica (y otros aspectos de la vida).
La deriva caciquil del régimen político español es una evidencia y está alcanzando límites preocupantes. El sistema repele a los mejores, y el nivel medio desciende de forma alarmante. Gran parte de la corrupción que abunda cada día más tiene que ver con la degradación moral promovida por el ejemplo nefasto de algunos políticos y hombres públicos. ¿Por qué? Estar en política no es obligatorio. Hay otras formas de ganarse la vida, incluso honradamente. No hay más que proponérselo, pero evidentemente es mucho más provechosa la confusión de lo público y lo privado, típica de los partidos políticos con tendencias totalitarias. No es una hipérbole. Basta repasar la historia: Hitler, Stalin, Mao y recientes figuras de la política europea empezaron predicando la integridad y acabaron imponiendo una legalidad asfixiante como única norma moral…. Para los demás.
El hartazgo que la sociedad española muestra hacia la política y los políticos debería llevarles a hacer examen de conciencia y propósito de la enmienda. Recientes encuestas muestran que los españoles sitúan la política (y los políticos) como una de sus principales preocupaciones, inmediatamente después del paro, la delincuencia, el terrorismo y la inmigración.
..Se buscan políticos ejemplares, que prediquen menos y hagan más. Los de siempre, abstenerse.
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