Juan Carlos Girauta escribe en Libertad Digital sobre las últimas declaraciones de nuestro juez estrella, el inefable Garzón:
"Habría resultado del máximo interés comprobar la reacción del plural Garzón, cuando encarnaba el avatar anti-GAL, si González le hubiera reprochado lo que él ahora proclama: "Los poderes forman parte de un Estado y no puede ir cada uno por su lado". Sin duda aquel Garzón habría respondido, escandalizado, que por donde tiene que ir el poder judicial es por donde marca la ley, y que debe hacerlo con independencia. Y que "independencia judicial" significa, entre otras cosas, que los jueces no deben actuar sometidos a presiones.
La zarandaja de la adaptación de los jueces al contexto, al momento, a lo que hay, sólo puede entenderse desde la perspectiva más amplia de la limitación a la independencia judicial. En realidad, nos traslada a una pesadilla que la doctrina ha querido conjurar desde el fin de la Segunda Guerra Mundial: la de un poder judicial cuyos miembros se suman alegremente a procesos de degeneración de los mecanismos democráticos y a la imposición de sistemas totalitarios donde la división de poderes es puro disfraz, particularidad funcional, especialidad profesional sin valor garantista. Aquella conversación final entre dos jueces, en una celda de Nuremberg, que aparece en Vencedores y vencidos ilustra esta cuestión mejor que cualquier manual.
Lo peor es que esta degeneración democrática, esta pérdida de sentido de la estructura y equilibrios institucionales la promueva un juez estrella, alguien a quien muchos ciudadanos relacionan directa e irreflexivamente con "la justicia". De seguir por esta senda, lo que le espera a España es una variante –formalmente amable pero materialmente monstruosa– de régimen de partido único, pues el impulso exclusivo de los tres poderes, el que marcará la dirección a todos los órganos e instituciones del Estado para que deformen las leyes a su conveniencia no será ni siquiera el poder ejecutivo; será directamente el Partido Socialista. Qué negras reminiscencias".
"Habría resultado del máximo interés comprobar la reacción del plural Garzón, cuando encarnaba el avatar anti-GAL, si González le hubiera reprochado lo que él ahora proclama: "Los poderes forman parte de un Estado y no puede ir cada uno por su lado". Sin duda aquel Garzón habría respondido, escandalizado, que por donde tiene que ir el poder judicial es por donde marca la ley, y que debe hacerlo con independencia. Y que "independencia judicial" significa, entre otras cosas, que los jueces no deben actuar sometidos a presiones.
La zarandaja de la adaptación de los jueces al contexto, al momento, a lo que hay, sólo puede entenderse desde la perspectiva más amplia de la limitación a la independencia judicial. En realidad, nos traslada a una pesadilla que la doctrina ha querido conjurar desde el fin de la Segunda Guerra Mundial: la de un poder judicial cuyos miembros se suman alegremente a procesos de degeneración de los mecanismos democráticos y a la imposición de sistemas totalitarios donde la división de poderes es puro disfraz, particularidad funcional, especialidad profesional sin valor garantista. Aquella conversación final entre dos jueces, en una celda de Nuremberg, que aparece en Vencedores y vencidos ilustra esta cuestión mejor que cualquier manual.
Lo peor es que esta degeneración democrática, esta pérdida de sentido de la estructura y equilibrios institucionales la promueva un juez estrella, alguien a quien muchos ciudadanos relacionan directa e irreflexivamente con "la justicia". De seguir por esta senda, lo que le espera a España es una variante –formalmente amable pero materialmente monstruosa– de régimen de partido único, pues el impulso exclusivo de los tres poderes, el que marcará la dirección a todos los órganos e instituciones del Estado para que deformen las leyes a su conveniencia no será ni siquiera el poder ejecutivo; será directamente el Partido Socialista. Qué negras reminiscencias".
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