André Glucksmann, en su libro La Cocinera y el devorador de hombres [1], sobre el stalinismo y los campos de concentración, escribió:
Los Césares de nuestra época muestran un alma insulsa y vacía. Si fuera necesario el temple de Alejandro para romper los nudos gordianos, hoy bastaría con ser un patán burgués para llevar a cabo los procedimientos conocidos, aplicar las viejas recetas gubernamentales y pasar el nudo corredizo por el cuello de una sociedad. Con las técnicas propias de este siglo se obtienen resultados increibles.
Las discusiones de los expertos en marxismo o en sociología sobre el papel del individuo Stalin en la historia de la URSS, las ingenuidades de Kruschev, las figuras de un Togliatti, los comentarios inteligentes de los sovietólogos sobre el peso respectivo y en supuesta competencia de los dirigentes y de la fuerza de las cosas, todas estas minuciosas pesadas en una balanza de tela de araña, cansan. ¿Stalin y sucesores, testimonian otra cosa que no sea el eterno retorno de los métodos probados del despotismo oriental? La forma de empleo de las máquinas de Estado no es un secreto para nadie, los jefes soviéticos no han tenido que querer, les ha bastado con no decir no, el resto iba de por sí, como quiere la tradición.
Ni Alejandro, ni Gengis Kan ni Borgia. El Stalin de Soljenitsyn, en El primer círculo, es humilde y fiel, se pretende leninista, un detalle más o menos:
La infidelidad a Lenin es más pequeña de lo que parece. Lenin ha descrito a menudo a su cocinera en términos de "asiática", atrasada, a la que prometía una larga educación antes de poder dirigir el Estado, educando a sus educadores. Necesita el tiempo para digerir la teoría "venida del Exterior". Esta pasión pedagógica de Lenin, la asumirá totalmente su sucesor. "El pueblo le amaba, sí, pero el pueblo tenía tantos defectos. ¿Como se podían corregir?" A la plebe se la someterá al saber absoluto del dirigente, de Platón a Stalin. Dado que la cocinera no tiene permiso para meter la nariz en los asuntos del Estado, es necesario que éste meta los suyos en los de la cocinera. Stalin escucha a su jefe de policía: "Me gustaría poder decir que no existe el terrorismo, pero así es. Le desenmascararemos en las cocinas malolientes, incluso en los mercados." [2]
[1] Andre Glucksmann. La cocinera y el devorador de hombres, Ed. Madrágora, Barcelona. 1977
[2] Alexander Soljenitsyn. El primer círculo
Los Césares de nuestra época muestran un alma insulsa y vacía. Si fuera necesario el temple de Alejandro para romper los nudos gordianos, hoy bastaría con ser un patán burgués para llevar a cabo los procedimientos conocidos, aplicar las viejas recetas gubernamentales y pasar el nudo corredizo por el cuello de una sociedad. Con las técnicas propias de este siglo se obtienen resultados increibles.
Las discusiones de los expertos en marxismo o en sociología sobre el papel del individuo Stalin en la historia de la URSS, las ingenuidades de Kruschev, las figuras de un Togliatti, los comentarios inteligentes de los sovietólogos sobre el peso respectivo y en supuesta competencia de los dirigentes y de la fuerza de las cosas, todas estas minuciosas pesadas en una balanza de tela de araña, cansan. ¿Stalin y sucesores, testimonian otra cosa que no sea el eterno retorno de los métodos probados del despotismo oriental? La forma de empleo de las máquinas de Estado no es un secreto para nadie, los jefes soviéticos no han tenido que querer, les ha bastado con no decir no, el resto iba de por sí, como quiere la tradición.
Ni Alejandro, ni Gengis Kan ni Borgia. El Stalin de Soljenitsyn, en El primer círculo, es humilde y fiel, se pretende leninista, un detalle más o menos:
Lenin se equivocó sobre este punto, pero aún era demasiado pronto para decirlo al pueblo. ¡Cada cocinera, cada ama de casa debería ser capaz de dirigir el Estado! ¿Pensaba que las cocineras no tenían que trabajar el viernes sino dedicarse a las sesiones del Comité ejecutivo provincial? Una cocinera es una cocinera, y su trabajo consiste en preparar la comida. En cuanto a gobernar al pueblo es una alta misión, que solo puede ser confiada a un personal cuidadosamente escogido, probado durante años, un personal experimentado y sincero. Y la dirección de este personal puede confiarse a una mano, especialmente a la mano experimentada del Jefe" [2]
La infidelidad a Lenin es más pequeña de lo que parece. Lenin ha descrito a menudo a su cocinera en términos de "asiática", atrasada, a la que prometía una larga educación antes de poder dirigir el Estado, educando a sus educadores. Necesita el tiempo para digerir la teoría "venida del Exterior". Esta pasión pedagógica de Lenin, la asumirá totalmente su sucesor. "El pueblo le amaba, sí, pero el pueblo tenía tantos defectos. ¿Como se podían corregir?" A la plebe se la someterá al saber absoluto del dirigente, de Platón a Stalin. Dado que la cocinera no tiene permiso para meter la nariz en los asuntos del Estado, es necesario que éste meta los suyos en los de la cocinera. Stalin escucha a su jefe de policía: "Me gustaría poder decir que no existe el terrorismo, pero así es. Le desenmascararemos en las cocinas malolientes, incluso en los mercados." [2]
[1] Andre Glucksmann. La cocinera y el devorador de hombres, Ed. Madrágora, Barcelona. 1977
[2] Alexander Soljenitsyn. El primer círculo
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