"Las listas cerradas —junto a la Ley D´Hont— son el medio del que se valen los partidos políticos para colocar en los órganos de representación a los suyos, de colocar lo incolocable. Según fuentes próximas a los partidos, muchos de esos “números” apenas saben leer con fluidez. Pero pelotean muy bien o tienen contactos. Aunque peor aún es el efecto indirecto de este tipo de listas. El ciudadano descubre que su voto apenas tiene valor, y al final se va desentendiendo del asunto. Y, en palabras de Rousseau, “tan pronto como alguien dice de los asuntos del Estado: “¿A mí que me importa?”, hay que contar con que el Estado está perdido”.
Y de eso se aprovechan los partidos. El ciudadano se olvida de los asuntos públicos, y se limita a colocarse en uno de los bandos que dividen el territorio. Cuando llega la hora de votar, vota a los “suyos”, incluso cuando se trata de las municipales. Así, todo el peso de la democracia queda en manos de las formaciones políticas con representación en alguna de las tres administraciones. Son ellos los que auténticamente dominan el cotarro. Con el ciudadano a lo suyo, pueden hacer lo que quieran, incluso subirse incesantemente los sueldos o la subvención pública a los propios partidos, que luego nadie parece enterarse de nada. Apoyados, claro está, en unos medios de comunicación de chichinabo que informan de todo lo que no tiene que ver con el auténtico derecho ciudadano a la información: las cuentas públicas, las actuaciones del ejecutivo, las formas y pertinencias de las decisiones que nos afectan, etc.
Una vez apartado el pueblo de la democracia, preciosa paradoja, los partidos, cortados siempre por un patrón mercantilista, utilitarista e inmoral, se encargan de diferenciarse para que el ciudadano, siempre desde la distancia, no se equivoque. Son bandos diferentes, aunque no haya nada que los diferencie, salvo unas siglas y unos rostros. Su objetivo: el poder. Y así funcionan, crispando la sociedad, tensando la cuerda de la paz social, injuriando y calumniando al rival sin que nunca les pase nada. Después de todo, el sistema se basa en el insulto, ya que las ideas y las políticas parecen haber muerto.
Por eso en esta campaña electoral se ha hecho tanto ruido, y rara vez se ha hablado de lo que necesitan pueblos, ciudades y autonomías. Lo importante es distanciarse de los demás, evitar confusiones. Política simple, que simple es el ser humano, sobre todo el que se dedica a la política. Por citar a otro ilustrado, “la discordia es el gran mal del género humano, del que la tolerancia es el único remedio”. Voltaire, como Rousseau, es sistemáticamente ignorado, sobre todo por los que se definen tolerantes —que, como en el caso de José Luis Rodríguez Zapatero, son los más intolerantes—. Lo que el poder fáctico no se puede permitir es que el pueblo se ilustre. Sería el fin del chollo. Y el principio de una democracia de veras".
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