Según los periódicos, se ha elaborado un estudio sociológico sobre el momento por el que atraviesa la sociedad catalana. Su conclusión es que una mayoría de catalanes nos encontramos perplejos, es decir, confusos, dudosos e indecisos. No he leído el estudio aunque imagino que ha sido elaborado con todas las garantías. Sin embargo, el resultado no es ni original ni sorprendente, probablemente cualquier observador medianamente informado habría llegado a la misma conclusión, o a una muy similar, sin proceder a una investigación de tal calibre.
Es lo que sucede con los estudios de sociología: el punto final se limita a ratificar el punto de partida.
Efectivamente, el ambiente que se palpa en la calle, sin necesidad de muchos estudios, es el de perplejidad y confusión. Ahora bien, esta perplejidad sólo alcanza a la situación política. En lo demás, la sociedad catalana se desenvuelve como cualquier otra de nuestro entorno, sin diferencias sustanciales, es decir, con problemas, con soluciones, con fracasos y con éxitos. Las mentalidades de las personas son muy variadas y dependen de su formación, de su condición social y cultural, de su aptitud psicológica, de su edad y de tantas otras cosas. La perplejidad, pues, se circunscribe a la situación política, a las cuestiones derivadas de la vida pública y ya se sabe, como muestra la abstención electoral, que muchos pasan de política.
Buena parte de estos ciudadanos preocupados por la política, más que perplejidad lo que sufren es un cierto desencanto, desencanto no sólo de la política inmediata, del comportamiento del Gobierno y de los partidos catalanes, sino de algo más profundo: de averiguar que no son ciertos algunos tópicos que conformaban una mentalidad muy extendida en Catalunya y constituían una determinada forma de pensar transversal a partidos y tendencias. Centrémonos en tres de estos tópicos, de estos mitos, quizás los más antiguos y arraigados: la autosatisfacción de ser catalanes, la sensatez -el famoso seny-en los comportamientos y el pactismo como modo de hacer política.
La autosatisfacción, el estar contentos de cómo éramos los catalanes, provenía sobre todo de la comparación con el resto de España. Con unos fundamentos más o menos convincentes, durante un siglo los catalanes nos hemos sentido la avanzada europea de España: con una superior aptitud para el comercio y la industria, una mentalidad más abierta, unas costumbres más libres, una sociedad en la que había más posibilidades de prosperar social y económicamente, dotados de un nivel cultural superior y, además, alejados e independientes de la burocracia del Estado.
Frente a una España atrasada, improductiva, funcionarial y carca, Catalunya era considerada un faro de modernidad, de libertad, de cosmopolitismo: allí empezaba Europa y nuestra capital era París. “Llegará un momento en que los catalanes iremos por el mundo y lo tendremos todo pagado”, profetizó el estrafalario filósofo Francesc Pujols. Hoy España es ya Europa y los catalanes que la visitan quedan asombrados de lo que ven. El mito de la España lorquiana, clerical y pintoresca, no se corresponde hoy con la realidad y a los catalanes nadie nos paga por serlo.
El seny,es decir, la prudencia, mesura, ponderación y buen juicio, ha sido considerado por muchos, tanto catalanes como no catalanes, como un signo indudable de nuestra identidad. El catalán tenía seny y nadie lo ponía en duda. Sin embargo, en política ello resulta más bien incierto si damos una mirada a la historia reciente: ni las luchas callejeras entre patronal y sindicatos en los años veinte, ni el levantamiento del 6 de octubre -los republicanos contra la República- ni los asesinatos incontrolados de los inicios de la Guerra Civil, eran un prodigio de seny,más bien lo contrario. Creíamos que un componente esencial de nuestra personalidad era el seny cuando, en la misma medida, la experiencia nos mostraba también la rauxa,el arrebato, la imprudencia, el impulso emotivo e irracional sin ningún sentido de la realidad.
Por último, el mito del pactismo, tan desarrollado por los historiadores. Se ha sostenido que la forma peculiar de hacer política de los catalanes conduce siempre a un pacto, seguramente por ser un pueblo secularmente dedicado al comercio, al mundo de los contratos entre partes, donde el acuerdo final implica que todos han de ceder en sus posiciones para beneficiarse mutuamente. Del pactismo se hacía derivar el espíritu pragmático de los catalanes, tan distinto a la altivez y al espíritu guerrero y conquistador de los castellanos. Pero a lo largo de la historia, por lo menos la contemporánea, en Catalunya el pactismo se combina con su contrario, con el tot o res,el todo o nada, no en escoger la vía intermedia como la mejor solución en un conflicto. Que la prudència no ens faci traïdors,es hoy un lema muy repetido.
Jordi Pujol cultivó estos tres antiguos mitos, una de sus principales fuentes ideológicas. Pero hoy, por un lado, la realidad se ha impuesto -España es un país moderno- y, por otro, la política catalana es todo lo contrario del seny y el pactismo, más bien impera la rauxa y el tot o res.¿Qué somos?, se preguntan los catalanes que creían que estos mitos eran reales. La venda comienza a caérseles de los ojos y, si esto sigue así, muchos de los que ahora se muestran perplejos pueden pasar a estar indignados.
viernes, 19 de septiembre de 2008
De perplejos a indignados, de Francesc de Carreras en La Vanguardia
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Etiquetas:
Francesc de Carreras
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