Todos dicen que ahora estamos muy conectados, y miden los vínculos por la cantidad de firmas del fotolog o contactos del Messenger. Zygmunt Bauman* dice que no, que apenas estamos agarrados a “una matriz de conexiones y desconexiones aleatorias”. Apenas colgados del capricho de un click. Nunca tan a merced de un pulgar.
Fuente: Adriana Amado Suarez en Hipercrítico.com* Extractado de "Tiempos Líquidos"
En primer lugar, el paso de la fase “sólida” de la modernidad a la “líquida”: es decir, a una condición en la que las formas sociales (las estructuras que limitan las elecciones individuales, las instituciones que salvaguardan la continuidad de los hábitos, los modelos de comportamiento aceptables) ya no pueden mantener su forma por más tiempo, porque se descomponen y se derriten antes de que se cuente con el tiempo necesario para asumirlas y, una vez asumidas, ocupar el lugar que se les ha asignado. Resulta improbable que las formas cuenten con el tiempo suficiente para solidificarse y, dada su breve esperanza de vida, no pueden servir como marcos de referencia para las acciones humanas y para las estrategias a largo plazo (...).
En segundo lugar, la separación y el inminente divorcio entre poder y política, la pareja de la que desde el surgimiento del Estado moderno se esperaba que compartiese la casa común constituida por el Estado-nación (...). Gran parte del poder requerido para actuar con eficacia, del que disponía el Estado moderno, ahora se está desplazando al políticamente incontrolable espacio global (y extraterritorial, en muchos aspectos); mientras que la política, la capacidad para decidir la dirección y el propósito de la acción, es incapaz de actuar de manera efectiva a escala planetaria, ya que sólo abarca, como antes, un ámbito local. La ausencia de control político convierte a los nuevos poderes emancipados en una fuente de profundas incertidumbres, mientras que la carencia de poder resta progresivamente importancia a las instituciones políticas, cada vez menos capaces de responder a los problemas cotidianos de los ciudadanos del Estado-nación, motivo por el cual éstos, a su vez, prestan menos atención a dichas instituciones. Esta doble consecuencia del divorcio obliga y alienta a los órganos del Estado a (...) delegar en otros un gran número de las funciones que antes habían asumido. Abandonadas por el Estado, tales funciones quedan a merced de las fuerzas del mercado, con fama de caprichosas e impredecibles.
En tercer lugar, la gradual pero sistemática supresión o reducción de los seguros públicos, garantizados por el Estado, que cubrían el fracaso y la mala fortuna individual, priva a la acción colectiva de gran parte de su antiguo atractivo y socava los fundamentos de la solidaridad social. La palabra “comunidad”, como modo de referirse a la totalidad de la población que habita en el territorio soberano del Estado, suena cada vez más vacía de contenido. Entrelazados antes en una red de seguridad que requería una amplia y continua inversión de tiempo y de esfuerzo, los vínculos humanos, a los que merecía la pena sacrificar los intereses individuales inmediatos (...), devienen cada vez más frágiles y se aceptan como provisionales. La exposición de los individuos a los caprichos del mercado laboral y de bienes suscita y promueve la división y no la unidad; premia las actitudes competitivas, al tiempo que degrada la colaboración y el trabajo en equipo al rango de estratagemas temporales que deben abandonarse o eliminarse una vez que se hayan agotado sus beneficios. La “sociedad” se ve y se trata como una “red”, en vez de como una “estructura”: se percibe y se trata como una matriz de conexiones y desconexiones aleatorias y de un número esencialmente infinito de permutaciones posibles.
En cuarto lugar, el colapso del pensamiento, de la planificación y de la acción a largo plazo (...) reducen la historia política y las vidas individuales a una serie de proyectos de corto alcance y de episodios que son, en principio, infinitos y que no se combinan en secuencias compatibles con los conceptos de “desarrollo”, “maduración”, “carrera” o “progreso”. Una vida tan fragmentada estimula orientaciones “laterales” antes que “verticales”. Cada paso sucesivo necesita convertirse en respuesta a una serie diferente de oportunidades y a una distribución diferente de probabilidades y, por ello, precisa una serie distinta de habilidades y una distinta organización de los recursos con que se cuenta. Los éxitos pretéritos no incrementan de manera automática la probabilidad de futuras victorias, y mucho menos las garantizan (...).
En quinto lugar, la responsabilidad de aclarar las dudas generadas por circunstancias insoportablemente volátiles y siempre cambiantes recae sobre las espaldas de los individuos, de quienes se espera ahora que sean “electores libres” y que soporten las consecuencias de sus elecciones. Los riesgos implícitos en cada elección pueden ser causados por fuerzas que trascienden la comprensión y la capacidad individual para actuar, pero es el sino y el deber del individuo pagar su precio, porque para evitar errores no hay fórmulas refrendadas que seguir al pie de la letra, o a las que echar la culpa en caso de fracaso. La virtud que se proclama más útil para servir a los intereses individuales no es la conformidad a las normas (...), sino la flexibilidad: la presteza para cambiar de tácticas y estilos en un santiamén, para abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento (...).
Ha llegado la hora de preguntarse cómo modifican estas novedades la variedad de desafíos que tienen ante sí hombres y mujeres en su vida diaria; cómo, de manera transversal, influyen en el modo en el que tienden a vivir sus vidas. Eso es todo lo que se propone este libro.
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