El fruto de la Hipocresía, el artículo que escribió Joseph Stiglitz este martes en el Guardian provocó todo tipo de reacciones entre lectores, académicos y profesionales. Si las teorías del economista despertaban un rechazo general en los círculos más capitalistas, la dramática crisis financiera de estos días está obligando a confesar sus pecados a aquellos que hasta ahora “jugaban” sin límites en el “gran casino” en el que, según el Nobel de economía, se ha convertido el sistema financiero occidental.
Desde que el verano pasado estalló la crisis en las bolsas de Occidente, Stiglitz ha escrito numerosos artículos en una variedad de medios de comunicación citando sin tapujos las causas del problema. “Esta crisis es el fruto de la falta de honestidad de las instituciones financieras y de la incompetencia de los políticos”, escribía el reputado académico, añadiendo como causa adicional el colapso en la confianza que hasta ahora había alimentado la irracionalidad del sistema. Un sistema que ha bloqueado cualquier intento de regulación en nombre de la innovación financiera. Según Stiglitz, a lo largo de la última década, las mentes más brillantes del mundo occidental, en lugar de crear riqueza real, han empeñado todo su talento en esquivar una serie de regulaciones cuyos objetivos fundamentales eran garantizar la eficacia de la economía y la seguridad del sistema bancario.
Hasta ahora, las teorías del Nobel eran automáticamente rechazadas por una gran parte de aquellos que defendían el desarrollo sin límites de la sofisticación financiera, mientras tachaban al economista de “liberal peligroso”. Pero lo vivido estos últimos días está alimentando el peso de sus argumentos en esos mismos ámbitos.
En la elitista red social de A Small World, ayer se recogía el artículo del Nobel para debatir si realmente esta crisis puede comprometer el futuro de un sector en el que hasta ahora ha reinado el mejor talento. Como ejemplo, muchos jóvenes ambiciosos que se habían incorporado en septiembre a las oficinas de Lehman Brothers en Londres, expresaban estos días con pesar que la crisis ha arruinado sus prometedoras carreras. “¿Serán a partir de ahora menos atractivos los servicios financieros para los graduados más inteligentes de las mejores universidades?”, cuestionaba un ejecutivo de la red.
La responsabilidad de las agencias de calificación y las consecuencias de unos malos incentivos salariales
Luis Garicano, catedrático de economía de la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago, considera que, aunque la innovación financiera es sin duda beneficiosa para la economía de los países, comparte con Stiglitz que no ha habido una correcta regulación de determinadas instituciones. En concreto, Garicano mencionó el caso de Moody’s o Standard & Poor’s, cuyas calificaciones se hacen imprescindibles para que los bancos de inversión puedan colocar sus productos estructurados entre los fondos más cotizados. “Me sorprende muchísimo que no se les haya culpado de nada”, dijo el economista a El Confidencial. Si hace seis o siete años Moody’s o Standard & Poor’s eran meros burócratas, su papel ha ido convirtiéndose en piedra angular del mercado de titulización. “El fallo es que no se les ha puesto límites cuando en el fondo cumplen una función casi pública,” dijo Garicano, quien añadió no tener duda alguna de que se han comprado sus servicios.
Garicano también comparte con el Nobel que ha habido una incorrecta regulación en el sistema de incentivos salariales. “Los gestores de fondos de inversión tienen unos incentivos a muy corto plazo”, explicó el economista español. Ningún empleado que quisiera mantener su puesto de trabajo podía dejar de invertir en determinados productos estructurados aunque dudara de los riesgos que la operación pudiera entrañar en el largo plazo. Lo dramático de esta crisis es que todo el mundo sabía lo que se venía encima desde hace meses e incluso años, pero estos sistemas impedían que se frenara la irracionalidad de las operaciones. “Como ya apuntó Keynes: la sabiduría popular enseña que es mejor para tu reputación errar convencionalmente que triunfar inconvencionalmente”, concluyó.
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