Financial Times, 23 enero 2008
La actual crisis financiera ha estallado como consecuencia de una burbuja en el mercado inmobiliario estadounidense. En ciertos respectos, se parece a otras crisis que han venido produciéndose desde el fin de la II Guerra Mundial a intervalos de entre 4 y 10 años.
Sin embargo, hay una profunda diferencia: la actual crisis significa el fin de una era de expansión del crédito fundada en el dólar como moneda de reserva internacional. Las crisis periódicas eran parte de un proceso más vasto de expansión-recesión. La crisis actual es el punto culminante de un superboom que ha durado más de 60 años.
Los procesos de expansión-recesión giran normalmente en torno al crédito, e implican incluso una desviación o una idea errada. Se trata normalmente de un error en el reconocimiento de una conexión reflexiva, circular, entre la propensión a conceder préstamos y el valor del colateral. Las facilidades de crédito generan una demanda que empuja al alza el valor de la propiedad, lo que, a su vez, incrementa el monto del crédito disponible. Una burbuja comienza a hincharse cuando la gente compra viviendas con la expectativa de poder refinanciar su hipoteca con beneficios. El reciente boom inmobiliario en EEUU es un caso más complicado.
Cada vez que la expansión del crédito acababa teniendo dificultades, las autoridades financieras intervenían inyectando liquidez y encontrando otras vías de estímulo de la economía. Eso ha generado un sistema de incentivos asimétricos, conocido también como “azar moral”, que ha estimulado una extensión cada vez más grande del crédito. El sistema ha logrado así que la gente creyera en lo que el ex-presidente Reagan llamaba la “magia del mercado” y yo llamo el “fundamentalismo del mercado”. Los fundamentalistas creen que el mercado tiende hacia el equilibrio, y que el interés común está mejor servido, si se permite a los participantes perseguir el propio interés. Es una idea claramente errada, porque ha sido precisamente la intervención de las autoridades la que ha preservado de la debacle a los mercados financieros, y no los mercados por sí propios. Sin embargo, el fundamentalismo del mercado surgió como ideología dominante en los años 80, cuando los mercados comenzaban ser globales y los EEUU iniciaban una fase de crecimiento de su déficit por cuenta corriente.
La globalización ha permitido a los EEUU absorber el ahorro del resto del mundo y consumir más de lo que producían. El déficit por cuenta corriente estadounidense ha llegado al 6,2% del PIB en 2006. Los mercados financieros han animado a los consumidores a endeudarse mediante la introducción de instrumentos financieros más sofisticados y de condiciones más generosas. Las autoridades han permitido y aun acompañado todo el proceso, interviniendo cada vez que el sistema se hallaba en riesgo. Desde 1980, las medidas de regulación han venido siendo “relajadas”, hasta desaparecer en la práctica.
El superboom se ha ido de las manos cuando los nuevos productos financieros han llegado a ser tan complicados, que las autoridades no podían ya calcular los riesgos y empezaron a confiar la gestión misma del riesgo a los propios bancos. Del mismo modo, las agencias de rating se fiaban de las informaciones suministradas por quien generaba los productos financieros sintéticos. Lo que ha habido es una indecente abdicación de responsabilidades.
Todo lo que podía hacerse mal, se ha hecho. Lo que comenzó con la difusión de las hipotecas de alto riesgo subprime respaldadas en obligaciones de deuda colateral, ha terminado por dañar a las aseguradoras municipales y a las hipotecarias, amenazando con desbaratar el multimilmillonario mercado de la reventa de créditos derivados de impagos (default credit swap). El empecinamiento de los bancos de inversión en la compra apalancada o adquisición a débito (leveraged buyout) ha trocado en aumento de los pasivos. Los hedge funds “neutrales” no han resultado, de hecho, neutrales, y ha sido preciso socorrerlos. El mercado de títulos comerciales respaldados en activos se ha bloqueado, y los vehículos especiales de inversión, generados por los bancos a fin de sacar los créditos hipotecarios de sus balances, no pueden ya obtener financiación externa. La tormenta final ha llegado cuando el préstamo interbancario, que es el corazón del sistema financiero, se ha ido al garete porque los bancos se han visto obligados a ahorrar recursos y han perdido la confianza mutua. Los Bancos Centrales han inyectado un volumen sin precedentes de liquidez, extendiendo el crédito a un círculo de instituciones más amplio que nunca. Lo que ha hecho que la crisis se convirtiera en la más grave conocida desde el final de la II Guerra Mundial.
A la expansión del crédito tiene ahora que seguir un período de contracción, porque algunos de los nuevos instrumentos y prácticas financieros han naufragado y resultan insostenibles. La capacidad de las autoridades financieras para estimular la economía se ve menguada por la resistencia del resto del mundo a acumular reservas adicionales en dólares. Hasta hace muy poco, los inversores esperaban que la reserva federal hiciera todo cuanto estuviera en su mano para evitar una recesión, porque eso era lo que había ocurrido en otras ocasiones. Ahora tienen que tomar nota de que la Fed ha dejado de estar en condiciones de hacerlo.
Con el petróleo, los alimentos y otras materias primas al alza, y el renminbi [la moneda china] en rápida revalorización, la Fed tiene que preocuparse de la inflación. Si los fondos federales llegan a debilitarse hasta un cierto punto, el dólar podría verse sometido a renovadas presiones y los títulos a largo plazo caerían en sus rendimientos. Pero es imposible determinar cuál sea ese punto. Cuando se alcance, la capacidad de la Fed para estimular la economía habrá llegado a su fin.
Aun cuando una recesión en el mundo desarrollado es ahora más o menos inevitable, China, India y algunos países productores de petróleo se hallan en una robusta tendencia opuesta. De manera que la crisis financiera actual, más que causar una recesión global, lo que podría es acabar alterando las actuales relaciones de fuerza de la economía mundial, con un relativo declive de los EEUU y el ascenso de China y de otros países del mundo desarrollado.
El peligro radica en que las consiguientes tensiones políticas, o aun el proteccionismo estadounidense, puedan destrozar la economía global y arrojar al mundo entero a la recesión, si no a cosa peor.
George Soros es un conocido financiero y hombre de negocios de alcance planetario, y uno de los animadores iniciales del Foro Económico Mundial que se celebra cada año por estas fechas en el balneario suizo de Davos.
Traducción para www.sinpermiso.info: Roc F. Nyerro.
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