El PP y el PSOE han elegido, con la minoritaria aportación de PNV y CiU, a los futuros miembros del Consejo General del Poder Judicial. En reuniones privadas, como mafiosos evitando los micrófonos y las miradas del FBI. Han hecho en secreto lo que es conocido por todos. Se han repartido el botín judicial y lo han anunciado a bombo y platillo porque han alcanzado un acuerdo con dos años de retraso. ¿Ya ni siquiera intentan camuflar que el Estado tiene tres poderes independientes entre sí? Todo es uno, y ese uno está controlado no por un poder sino por los propios partidos políticos.Daniel Martín / 2008 Septiembre 09 /artículo publicado en Estrella Digital Vía Reggio’s Weblog
Lo escandaloso del caso no es que haya un retraso sustancial ni que la decisión se haya tomado sin luz y taquígrafos. En este país estamos acostumbrados a que todo funcione tarde y chapuceramente. Ni siquiera es escandaloso que los partidos políticos apenas disimulen el control que tienen de los tres poderes del Estado. Nuestra Constitución así nos hace funcionar, y el pluralismo político del artículo 1 hace tanto daño como el Título VIII. Son más importantes los partidos que los ciudadanos.
Lo auténticamente escandaloso es que durante dos años hemos asistido a este patético espectáculo y nadie ha movido un dedo. Los partidos políticos son los que mandan, y antes deciden las oficinas de Ferraz y Génova que nuestros falsos representantes del Congreso o del Senado. El presidente del Gobierno vive en el palacio de la Moncloa pero su fuerza reside en la sede de su partido. Y el tema judicial es el más triste de todos, porque este poder es el que debería controlar los desmanes de gobernantes y parlamentarios.
Así, aunque titule este artículo “Escándalo judicial”, lo realmente escandaloso es la molicie social española. En ningún país del mundo civilizado existe tamaña y tan aceptada promiscuidad entre los poderes políticos. Que nadie se engañe: esto no es una democracia porque, antes que los ciudadanos, mandan y gobiernan los partidos políticos. Lo que me entristece es que andemos todos tan satisfechos y demos esta noticia sin la crítica feroz que se merece, como si fuera bueno, justo o necesario.
Para que una democracia lo sea, es indispensable que exista un sistema educativo que construya ciudadanos y que los tres poderes del Estado, judicial, ejecutivo y legislativo, estén claramente diferenciados, sin injerencias de ninguno en los otros dos. Lo de la Educación es un caso perdido y, por consiguiente, lo otro es mera utopía. A efectos prácticos, Montesquieu tiene, hoy día, menos valor que Batman o Superman.
Por otra parte, tampoco podemos elegir a nuestros representantes en el Congreso. Ya digo que, sin disimular, se han reunido los del PP y PSOE para repartirse el gobierno de los jueces sin que ningún diputado haya dicho ni mu. Ahí están, cobrando sus sueldos, sin recordar quizás a qué circunscripción representan. Lo importante son las siglas de su partido y no decir nada, no vaya a ser que pierdan su empleo.
Poco más hay que decir. El PSOE hizo que la Justicia perdiera su independencia con la ley de 1985. Desde entonces, sólo Aznar prometió, que no cumplió, una renovación del poder judicial para hacerlo independiente. Y el poder judicial, el único realmente activo —el Ejecutivo no se diferencia del partido de turno y el legislativo existe como engaño institucional—, no deja de dar escándalos porque sus sentencias están manchadas con la sospecha desde que salen a la luz. Supremo y Constitucional también son elegidos por los partidos, y así nunca se sabe hasta qué punto cualquier sentencia es imparcial.
Lo más alucinante de todo es que aquí seguimos como si no pasara nada. Luego se extrañan los políticos cuando las encuestas dicen que el pueblo español pasa de política. Ya que no tiene la solidez ni la fuerza necesarias para tomar medidas contra los que nos mangonean, lo lógico es que se desentienda de este engaño continuado. Lincoln decía que es imposible engañar a todo el mundo todo el tiempo. La cuestión es qué narices pasa cuando a todo el mundo le da igual que le engañen o no. Como escribe Salvador Monsalud, es trágico que el escándalo se convierta en lo cotidiano.
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