Fritz Lang, cínico o lúcido sobre la condición humana, decía que no hay buenas personas, sólo gente de dos clases: los malos, que son aquellos quienes habitualmente llamamos buenos, y los muy malos, que son a los que solemos llamar malos. Puede que el gran director de cine tuviese razón y que propiamente hablando no haya nadie bueno: pero lo indudable es que a todo el mundo, incluso a los muy malos, nos gusta que nos consideren buenos. Uno de los misterios morales más conmovedores de nuestra condición es que hasta los que cometen las mayores fechorías necesitan sentirse de vez en cuando en el lado de los ángeles, como dicen los anglosajones.
De modo que todo el mundo es partidario del diálogo y lo proclama a los cuatro vientos en cuanto se lo preguntan. ¿Cree usted que todo en esta vida debe resolverse con el diálogo? ¡Claro que sí, faltaría más! ¿Con quién se cree usted que está hablando? ¡Yo soy partidario del diálogo, y del Domund, y de ayudar a los ciegos a cruzar la calle! Además, si no fuese partidario del diálogo, ni siquiera estaría contestándole a usted, ¿no? Pero ¿Qué diálogo, sobre qué, con quién, en que condiciones? ¡Nada, todo eso son minucias: diálogo con todos y para todos, y sanseacabó! Además, los que deben de dialogar son los políticos, que para eso los pagamos. Que se pongan de acuerdo de una vez, que yo ya estoy harto de líos y no quiero saber nada ni de unos ni de otros. Que dialogue ETA, que dialogue el Gobierno, que dialogue todo el mundo. Y que nos dejen en paz, que a mí la política tampoco me interesa demasiado.
Por ejemplo Carmen Martínez Bordiú, una cima del pensamiento político comparable a Jürgen Habermas y John Rawls, asegura en una entrevista que es muy partidaria del diálogo con ETA. Inmediatamente Deia la bendice y la pone como ejemplo de lucidez para otros más obtusos y menos bondadosos. O el alcalde de Vitoria incluye en un acto formal de homenaje a Fernando Buesa una referencia al diálogo, frente a las bombas y los crímenes, por lo que al día siguiente Gara celebra esta supuesta conversión a las tesis dialogantes mantenidas desde antaño por esta ecuánime publicación. Por no hablar de las encuestas auspiciadas desde el Gobierno vasco: el 80% de los vascos, sean del partido que fueren, quieren diálogo. ¡Que alivio más grande! ¡Pero si resulta que estamos todos de acuerdo! Vivimos en una sociedad que goza de una envidiable salud moral, puesto que la gran mayoría quiere diálogo: en cuanto deje de haber crímenes y ya no se celebre con aurreskus a los asesinos, en cuanto la gente pierda el miedo hoy mayoritario a expresar en voz alta lo que piensa, en cuanto las victimas del terrorismo vean reconocido por fin sus derechos a la reparación y se acepte que se puede ser vasco de muchas maneras y no solo al modo que dictaminó Sabino Arana…¡entonces qué bien, esto va a ser el paraíso de la buena voluntad!
A mí no me extraña que el 80% de la gente quiera el diálogo: lo que me parece raro es que no sean el cien por cien. Porque bien mirado ¿Cómo no va a querer diálogo quien vota a cualquier partido? ¿No son las elecciones precisamente el modo de elegir a quienes nos representarán en ese gran escenario de diálogo que es un parlamento democrático? En la democracia todo es diálogo…menos pegar tiros y poner coches bomba para salirse con la suya de modo extraparlamentario. Los únicos que no quieren diálogo son los que apoyan el terrorismo – ellos le llaman lucha armada, como si las víctimas fueran asesinadas en combate y no en emboscadas mientras iban a comprar el periódico o a trabajar- y también los que no pueden condenar el terrorismo sin añadir pero hay que reconocer que existe un conflicto político. Porque los conflictos políticos son precisamente el tema mismo de que se dialoga en los parlamentos: dejar entender que el conflicto político explica de algún modo los crímenes terroristas es la negación más artera y decisiva del diálogo que imaginarse pueda. Y desde luego no aceptan el diálogo democrático, digan lo que digan en las encuestas y en las entrevistas para sentirse santos por un día, quienes llaman respeto a la voluntad mayoritaria del pueblo vasco a ese momento ideal en que los ciudadanos de este país, por miedo o por cansancio, dimitirán de sus convicciones actuales y les darán la razón en bloque a ellos, que se saben perfectamente minoritarios.
El diálogo es estupendo: de modo que nada de ceder ante quienes lo impiden y lo conculcan. No hay nada como el diálogo: de modo que rechacemos cívicamente a quienes plantean una construcción nacional gestionada solo por los nacionalistas, a las que luego el resto de la población tendrá que sumarse si no quiere verse excluida de su propio país. Debemos pedir diálogo como el ahogado pide aire: o sea que nada de aceptar que se haga tabla rasa de las instituciones vigentes y lo que actualmente compartimos con el resto de España, porque eso equivaldría a poner como punto de partida lo que solo unos cuantos quieren que sea el punto de llegada. Sin diálogo no hay salvación: de modo que basta ya de tratar con los mismos miramientos civiles a quienes condenan los atentados y quienes los encuadran en el contencioso, a los que sienten igual repugnancia por todos los asesinatos y quienes solo se movilizan cuando matan a alguien que les parece suficientemente abertzale para su gusto… por no hablar de los que homenajean como patriotas a los que se disponían a poner una bomba contra sus conciudadanos. El diálogo deber ser defendido contra viento y marea: por tanto apoyemos sin fisuras a las fuerzas de seguridad estatales y autonómicas que a costa de sus vidas nos protegen de quienes han sustituido la argumentación por el terror. Y el diálogo democrático es cosa de todos: luego no todo puede quedar en manos de los políticos y la ciudadanía dialogante debe movilizarse para respaldar a sus representantes y repudiar sin remilgos a quienes los atacan o pretenden sustituirlos por instituciones fabricadas de acuerdo con las pautas etarras.
A los que vayan a hacer la próxima encuesta, les sugiero que no se molesten en preguntarnos si somos o no partidarios del diálogo. Sería mejor que intentasen saber cuántos ciudadanos entienden realmente lo que significa el diálogo en democracia y sobre todo cuántos están dispuestos a luchar por él contra los que sólo quieren dialogar para decirnos: esto es lo que quiero y esto es lo que debe haber; concédemelo ya o atente a las consecuencias. A lo mejor el resultado nos dejaba a todos sorprendidos y con un sabor de boca más amargo que el dulzón de las palabras que saben a bondad cuando nada significan.
Este es un artículo escrito por Fernando Savater en Agosto de 2000, recopilado en el libro PERDONEN LAS MOLESTIAS. Crónica de una batalla sin armas contra las armas. Ediciones El País. Madrid. 2001
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