En 1987 sucedieron dos cosas relacionadas entre sí que iban a condicionar mis pasos [1] por este valle de lágrimas, un ejemplo más de la fragilidad del ser humano, ese pequeño mundo de extravagancias del que hablaba Goethe. El primero de estos acontecimientos, que hizo correr ríos de tinta, fue la venta de una sociedad farmacéutica española, sin demasiado relieve hasta entonces, con un nombre tan poco original y a la vez tan explícito, Antibióticos, como los medicamentos que producía en sus fábricas. La sociedad, como se sabe, fue vendida a la multinacional italiana Montedison por un precio, disparatado en aquel tiempo, de 58.000 millones de pesetas. Los autores de la proeza fueron dos jóvenes, Juan Abelló, boticario, según le gustaba llamarse, y Mario Conde, abogado del Estado: el dúo dinámico o la pareja de oro, como se les empezó a conocer, cuya cotización registraba alzas vertiginosas en los cenáculos financieros, sociales y políticos de la Villa y Corte. En realidad, visto el episodio con la objetividad que permite el largo tiempo transcurrido, el verdadero significado del famosos pelotazo no estuvo tanto en la cantidad percibida por los vendedores (un PER aproximado de 14 era más que razonable), sino en la proporción que mantenía con el precio desembolsado tres años antes por los avispados personajes, unos 5.000 millones de pesetas, para hacerse con el dominio de la empresa; lo que consiguieron después de sortear arduos obstáculos frente a otros accionistas de Antibióticos, de lo que se habló largo y tendido a cuenta de los procedimientos, un tanto ambiguos, que empleó la pareja para adquirir los títulos.
Lo que sabía poca gente, y creo que sigue sin saberlo el gran público era que, además de Abelló y Conde, dentro del restringido grupo de los beneficiarios del negocio figuraban en primerísima fila los hermanos Emilio y Jaime Botín, quienes, sin correr el menor riesgo ni poner un céntimo de su bolsillo para comprar las acciones, se llevaron a tocateja casi un tercio del precio pagado por los italianos. La revista norteamericana Forbes publica anualmente una lista de los más ricos del mundo, un privilegiado repertorio que incluye a las personas extremadamente acaudaladas que radican dentro y fuera de los Estados Unidos. El apellido Botín, año tras año, figura invariablemente en la reputada relación, lo que contrasta a lo vivo con lo que nos cuenta don Emilio, acostumbrado a ejercer en beneficio propio su inmenso poder en el SCH, sin que nadie se atreva a rechistar u oponerle la menor objeción, cuando repite una y mil veces que él siempre se ha dedicado solamente al banco. Porque aunque conozcamos de sobra las suculentas remuneraciones, algunas ilícitas, que reciben los consejeros del Santander, tales dispendios no son lo suficientemente cuantiosos, ni siquiera multiplicándolos por cien, para colocar a la familia Botín entre las primeras fortunas del planeta.
Esto lleva a preguntar cómo es posible que, dedicándose solamente al banco, los dos aprovechados hermanos luzcan de manera tan destacada en la deslumbrante nómina de Forbes. Podría pensarse que también ayuda a tan excepcional distinción el rendimiento proveniente de las acciones del banco de las que uno y otro son titulares, pero la cuenta tampoco nos sale por muchos dividendos que hasta ahora se hayan repartido. En una palabra: si los Botín son tan ricos como para figurar en ese catálogo, la consecución de su inmensa fortuna requiere una explicación medianamente comprensible. Intentaremos aclarar el enigma con un sencillo ejemplo. Cualquiera que haya seguido por televisión el juicio del caso Banesto recordará la sorprendente declaración que Emilio Botín presto bajo juramento ante la Audiencia Nacional, lo que por sí solo proporciona una solida pista para adentrarse en los vericuetos por los que ambos hermanos han accedido a exorbitante situación patrimonial. El 11 de Enero de 1999, Emilio Botín comparecía como testigo en aquel juicio, y, para entender correctamente el alcance de su declaración, lo mejor y más objetivo será reproducir el interrogatorio a que el letrado Jesús Castrillo, encargado de mi defensa, sometió al banquero, según consta literalmente en el acta del juicio:
Letrado: ¿Es cierto que usted y su hermano, don Jaime, obtuvieron en la llamada Operación Antibióticos, dirigida por los señores Abelló y Conde, un beneficio de 12.000 millones de pesetas aproximadamente?
Emilio Botín: Yo sé que tuvimos un beneficio importante. Lo que no puedo decirle ahora es exactamente cuanto.
Letrado: ¿Es cierto que ese beneficio tan importante, de unos 12.000 millones de pesetas, lo obtuvieron ustedes sin arriesgar absolutamente nada, ni firma ni dinero, porque fue Bankinter, un banco administrado y dirigido por ustedes, quien prestó el correspondiente aval para llevar a cabo esta operación?
Emilio Botín: Sí, eh…, evidentemente recuerdo que fue Bankinter el que intervino en esta operación.
Letrado: Al cobrar los 12.000 millones, ¿dieron cuenta usted y su hermano Jaime de tan importante beneficio al Consejo de Administración del Santander y Bankinter y a las respectivas Juntas Generales?
Ante tan comprometida cuestión, Botín, que ya había perdido los nervios irremisiblemente, se revolvió con inquietud en el asiento: ¿Procede que conteste a esa pregunta, eh…, Señoría?. Y al no encontrar amparo en Siro García Pérez, que presidía la Sala, el banquero no tuvo más remedio que acabar reconociendo:
Emilio Botín: Con mucho gusto. Eh…, Señoría. Eh…, desde luego en el Consejo de Administración del Banco Santander, sí, aunque no tenía ninguna obligación de hacerlo.
Ni que decir tiene que don Siro y sus adláteres togados, conscientes del desmán perpetrado por el banquero, optaron por mirar al techo en vez de deducir testimonios para la incoación de una causa criminal ante la gravedad de los hechos relatados en su presencia. En el Banco Santander, cuando se conoció lo que había dicho su presidente en el juicio, tuvieron por cierto que había faltado a la verdad, ya que los hermanos Botín no dieron cuenta a nadie de la operación de Antibióticos, prueba de que ambos se apropiaron del enorme beneficio mediante un proceder que repugnaría a cualquier administrador medianamente honorable. Luego se ha sabido que lo sustraído fue de mayor envergadura, porque el “impuesto revolucionario” había ascendido a una suma mucho mas abultada, unos 16.000 millones de pesetas. Por lo que no tiene nada de extraño lo que nos cuenta Forbes, un año después de otro, sobre la magnitud de la fortuna atesorada por los fraternos financieros, a quienes ya empiezan a secundar algunos de sus descendientes. Ante l opinión pública Emilio Botín dejó constancia con su declaración de que él y su hermano Jaime comprometieron al Banco Santander y a Bankinter en las ayudas crediticias concedidas a Abelló y a Conde para que éstos pudiesen comprar las acciones de Antibióticos. De donde una y otra entidad corrieron los riesgos inherentes a la operación, si bien al final, cuando los dos emprendedores jóvenes, “la pareja de oro”, consiguieron el éxito en el negocio exclusivamente abordado por ello, los Botín se apresuraron a exigirles sin título alguno, y a meterse en el bolsillo con el mayor descaro, una parte considerable del precio de la venta, aun cuando no hubiesen puesto un solo céntimo en la operación ni comprometido su firma en lo más mínimo, e incluso sin dar cuenta de la oscura maniobra y la lícita ganancia a los órganos sociales de los bancos que administraban, UNA MANERA COMO CUALQUIER OTRA DE METER LA MANO EN LA CAJA, no tiene nada de extraño que el apellido Botín figure anualmente de una forma tan descarada en la nómina de la gente más opulenta del universo. Recientemente, los medios de comunicación aleccionados por los servicios de prensa y propaganda del Santander a cargo de aventajados epígonos de Goebbels y los suyos, han calificado de ejemplar la actuación del banco cuando éste ha pedido severas penas de prisión para el director de una sucursal que había sustraído dieciséis millones de pesetas mediante una serie de fraudes cuyas víctimas eran ancianos desvalidos. No puede oponerse ninguna objeción a la pertinencia de semejante petición penal. Pero si en el lenguaje llano cabe decir que ese director venal había robado dieciséis millones de pesetas con tan malas artes, no hemos visto que los mismos medios hayan dicho una sola palabra cuando los dos pasiegos multiplicaron por infinito lo sustraído, al haberse llevado, a su vez, 16.000 millones envueltos en la impunidad de sus cargos.
Lo que sabía poca gente, y creo que sigue sin saberlo el gran público era que, además de Abelló y Conde, dentro del restringido grupo de los beneficiarios del negocio figuraban en primerísima fila los hermanos Emilio y Jaime Botín, quienes, sin correr el menor riesgo ni poner un céntimo de su bolsillo para comprar las acciones, se llevaron a tocateja casi un tercio del precio pagado por los italianos. La revista norteamericana Forbes publica anualmente una lista de los más ricos del mundo, un privilegiado repertorio que incluye a las personas extremadamente acaudaladas que radican dentro y fuera de los Estados Unidos. El apellido Botín, año tras año, figura invariablemente en la reputada relación, lo que contrasta a lo vivo con lo que nos cuenta don Emilio, acostumbrado a ejercer en beneficio propio su inmenso poder en el SCH, sin que nadie se atreva a rechistar u oponerle la menor objeción, cuando repite una y mil veces que él siempre se ha dedicado solamente al banco. Porque aunque conozcamos de sobra las suculentas remuneraciones, algunas ilícitas, que reciben los consejeros del Santander, tales dispendios no son lo suficientemente cuantiosos, ni siquiera multiplicándolos por cien, para colocar a la familia Botín entre las primeras fortunas del planeta.
Esto lleva a preguntar cómo es posible que, dedicándose solamente al banco, los dos aprovechados hermanos luzcan de manera tan destacada en la deslumbrante nómina de Forbes. Podría pensarse que también ayuda a tan excepcional distinción el rendimiento proveniente de las acciones del banco de las que uno y otro son titulares, pero la cuenta tampoco nos sale por muchos dividendos que hasta ahora se hayan repartido. En una palabra: si los Botín son tan ricos como para figurar en ese catálogo, la consecución de su inmensa fortuna requiere una explicación medianamente comprensible. Intentaremos aclarar el enigma con un sencillo ejemplo. Cualquiera que haya seguido por televisión el juicio del caso Banesto recordará la sorprendente declaración que Emilio Botín presto bajo juramento ante la Audiencia Nacional, lo que por sí solo proporciona una solida pista para adentrarse en los vericuetos por los que ambos hermanos han accedido a exorbitante situación patrimonial. El 11 de Enero de 1999, Emilio Botín comparecía como testigo en aquel juicio, y, para entender correctamente el alcance de su declaración, lo mejor y más objetivo será reproducir el interrogatorio a que el letrado Jesús Castrillo, encargado de mi defensa, sometió al banquero, según consta literalmente en el acta del juicio:
Letrado: ¿Es cierto que usted y su hermano, don Jaime, obtuvieron en la llamada Operación Antibióticos, dirigida por los señores Abelló y Conde, un beneficio de 12.000 millones de pesetas aproximadamente?
Emilio Botín: Yo sé que tuvimos un beneficio importante. Lo que no puedo decirle ahora es exactamente cuanto.
Letrado: ¿Es cierto que ese beneficio tan importante, de unos 12.000 millones de pesetas, lo obtuvieron ustedes sin arriesgar absolutamente nada, ni firma ni dinero, porque fue Bankinter, un banco administrado y dirigido por ustedes, quien prestó el correspondiente aval para llevar a cabo esta operación?
Emilio Botín: Sí, eh…, evidentemente recuerdo que fue Bankinter el que intervino en esta operación.
Letrado: Al cobrar los 12.000 millones, ¿dieron cuenta usted y su hermano Jaime de tan importante beneficio al Consejo de Administración del Santander y Bankinter y a las respectivas Juntas Generales?
Ante tan comprometida cuestión, Botín, que ya había perdido los nervios irremisiblemente, se revolvió con inquietud en el asiento: ¿Procede que conteste a esa pregunta, eh…, Señoría?. Y al no encontrar amparo en Siro García Pérez, que presidía la Sala, el banquero no tuvo más remedio que acabar reconociendo:
Emilio Botín: Con mucho gusto. Eh…, Señoría. Eh…, desde luego en el Consejo de Administración del Banco Santander, sí, aunque no tenía ninguna obligación de hacerlo.
Ni que decir tiene que don Siro y sus adláteres togados, conscientes del desmán perpetrado por el banquero, optaron por mirar al techo en vez de deducir testimonios para la incoación de una causa criminal ante la gravedad de los hechos relatados en su presencia. En el Banco Santander, cuando se conoció lo que había dicho su presidente en el juicio, tuvieron por cierto que había faltado a la verdad, ya que los hermanos Botín no dieron cuenta a nadie de la operación de Antibióticos, prueba de que ambos se apropiaron del enorme beneficio mediante un proceder que repugnaría a cualquier administrador medianamente honorable. Luego se ha sabido que lo sustraído fue de mayor envergadura, porque el “impuesto revolucionario” había ascendido a una suma mucho mas abultada, unos 16.000 millones de pesetas. Por lo que no tiene nada de extraño lo que nos cuenta Forbes, un año después de otro, sobre la magnitud de la fortuna atesorada por los fraternos financieros, a quienes ya empiezan a secundar algunos de sus descendientes. Ante l opinión pública Emilio Botín dejó constancia con su declaración de que él y su hermano Jaime comprometieron al Banco Santander y a Bankinter en las ayudas crediticias concedidas a Abelló y a Conde para que éstos pudiesen comprar las acciones de Antibióticos. De donde una y otra entidad corrieron los riesgos inherentes a la operación, si bien al final, cuando los dos emprendedores jóvenes, “la pareja de oro”, consiguieron el éxito en el negocio exclusivamente abordado por ello, los Botín se apresuraron a exigirles sin título alguno, y a meterse en el bolsillo con el mayor descaro, una parte considerable del precio de la venta, aun cuando no hubiesen puesto un solo céntimo en la operación ni comprometido su firma en lo más mínimo, e incluso sin dar cuenta de la oscura maniobra y la lícita ganancia a los órganos sociales de los bancos que administraban, UNA MANERA COMO CUALQUIER OTRA DE METER LA MANO EN LA CAJA, no tiene nada de extraño que el apellido Botín figure anualmente de una forma tan descarada en la nómina de la gente más opulenta del universo. Recientemente, los medios de comunicación aleccionados por los servicios de prensa y propaganda del Santander a cargo de aventajados epígonos de Goebbels y los suyos, han calificado de ejemplar la actuación del banco cuando éste ha pedido severas penas de prisión para el director de una sucursal que había sustraído dieciséis millones de pesetas mediante una serie de fraudes cuyas víctimas eran ancianos desvalidos. No puede oponerse ninguna objeción a la pertinencia de semejante petición penal. Pero si en el lenguaje llano cabe decir que ese director venal había robado dieciséis millones de pesetas con tan malas artes, no hemos visto que los mismos medios hayan dicho una sola palabra cuando los dos pasiegos multiplicaron por infinito lo sustraído, al haberse llevado, a su vez, 16.000 millones envueltos en la impunidad de sus cargos.
MEMORIAS. [1]Rafael Pérez Escolar. Foca, ediciones y distribuciones generales. Madrid. 2005 pag.297 y sig.
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