Dalmacio Negro escribe en Diario de la República Constitucional
La alabada transición española, formalmente una transición del Reino Franquista a la Monarquía Juancarlista, y materialmente, del Movimiento total al Consenso parcelario, ha sido en sustancia una transición hacia el nihilismo moral, cultural y político. Su éxito es evidente.
La Nación, prisionera del consenso político organizado en torno a la institución monárquica, cada vez más anoréxica, parece ya incapaz de reaccionar por sí misma. Asiste pasivamente a las disputas entre los accionistas del consenso, los partidos y sus clientelas, en orden a conseguir su dirección para mejorar la cuota de participación en los beneficios.
En este aspecto, todo está atado y bien atado. Y todo bien controlado: al pueblo se le da, para distraerle, el panem et circenses de la cultura nihilista y espectacular, fomentada conscientemente por las instituciones estatales, partidos y sindicatos, medios de comunicación y centros de enseñanza.
El consenso político, que sustituye al auténtico e inconsciente consenso, el social, ha socavado los cimientos de la Nación. La ha arruinado. Ésta ya no existe en los corazones, lugar propio de su residencia.
Se ha destruido el natural sentimiento de la patria, de la nación, para que las oligarquías estatales, regionales y locales puedan explotar sus desechos, y perpetuarse a su antojo en el dominio de las ruinas.
Arrasado todo, empieza a estarlo hasta la economía, la única fuente de legitimidad es el dinero, ni siquiera el poder, que si se persigue es por sus beneficios económicos. Nadie puede creer ya en nada y menos las oligarquías partidistas. Pero quizá se está asistiendo a la última fase del “proyecto desnacionalizador y monetario”.
Esta es una situación óptima para las minorías con ideas claras, convicciones éticas y voluntad de acción nacional constructiva. Los pueblos y las naciones se forman en torno a criterios morales, a modos de vida colectiva que crean hábitos, costumbres y tradiciones, a maneras flexibles de asimilar lo nuevo. Este consenso pre-político es la fuente de su êthos, de su espíritu.
La alabada transición española, formalmente una transición del Reino Franquista a la Monarquía Juancarlista, y materialmente, del Movimiento total al Consenso parcelario, ha sido en sustancia una transición hacia el nihilismo moral, cultural y político. Su éxito es evidente.
La Nación, prisionera del consenso político organizado en torno a la institución monárquica, cada vez más anoréxica, parece ya incapaz de reaccionar por sí misma. Asiste pasivamente a las disputas entre los accionistas del consenso, los partidos y sus clientelas, en orden a conseguir su dirección para mejorar la cuota de participación en los beneficios.
En este aspecto, todo está atado y bien atado. Y todo bien controlado: al pueblo se le da, para distraerle, el panem et circenses de la cultura nihilista y espectacular, fomentada conscientemente por las instituciones estatales, partidos y sindicatos, medios de comunicación y centros de enseñanza.
El consenso político, que sustituye al auténtico e inconsciente consenso, el social, ha socavado los cimientos de la Nación. La ha arruinado. Ésta ya no existe en los corazones, lugar propio de su residencia.
Se ha destruido el natural sentimiento de la patria, de la nación, para que las oligarquías estatales, regionales y locales puedan explotar sus desechos, y perpetuarse a su antojo en el dominio de las ruinas.
Arrasado todo, empieza a estarlo hasta la economía, la única fuente de legitimidad es el dinero, ni siquiera el poder, que si se persigue es por sus beneficios económicos. Nadie puede creer ya en nada y menos las oligarquías partidistas. Pero quizá se está asistiendo a la última fase del “proyecto desnacionalizador y monetario”.
Esta es una situación óptima para las minorías con ideas claras, convicciones éticas y voluntad de acción nacional constructiva. Los pueblos y las naciones se forman en torno a criterios morales, a modos de vida colectiva que crean hábitos, costumbres y tradiciones, a maneras flexibles de asimilar lo nuevo. Este consenso pre-político es la fuente de su êthos, de su espíritu.
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