Escribe Antonio García-Trevijano en el Diario de la República Constitucional
Con el falso nombre de debate, el director de El Mundo publica su entrevista al Presidente del Gobierno. Plena de ilusiones de periodista y de ilusiones de gobernante, ella revela el parecido de familia de las opiniones encontradas, cuando ninguna proviene de criterios de verdad. El ánimo de propaganda tiñe las preguntas y respuestas con los acentos irreales de la ilusión. El periodista no pueda ocultar su engaño sobre este Régimen monárquico, al calificarlo de Parlamentario; ni el gobernante el suyo, respecto de la democracia, cuando recurre a la vaguedad de “mayoría más amplia”, para no mencionar la bicha de la mayoría absoluta.
Un sistema de poder es parlamentario si, y solo si, cumple dos condiciones: que el Parlamento sea representativo de la sociedad civil y que tenga preponderancia sobre el poder ejecutivo. El de esta Monarquía no representa más que a los partidos, y está subordinado al partido gobernante. La jurisprudencia alemana ha sentenciado que el Parlamento de diputados de lista no es representativo de la sociedad civil, ni del cuerpo electoral, sino integrador de masas de votantes en el Estado.
La antipatía de los ignorantes cultos a la mayoría absoluta, natural en los regímenes de poder oligárquico, sería inimaginable en la democracia, pues ella es, por definición, el sistema ideado para que siempre gobierne la mayoría absoluta. Sin ésta es imposible aquélla. Las elecciones directas al poder ejecutivo tienen esa finalidad. Pero la democracia exige, además, la separación real del poder ejecutivo, respecto del legislativo, para evitar los abusos de una mayoría absoluta, sin control de otro poder independiente.
La opinión española se ha conformado al falso criterio de la maldad de las mayorías absolutas, porque todos los medios de comunicación le han hecho creer que la corrupción y el abuso de poder son efectos inexorables de ellas, cuando en realidad son consecuencias inevitables de los regimenes oligárquicos que, como esta Monarquía de Partidos, se basan en la ausencia de control que produce, institucionalmente, la preponderancia de un poder ejecutivo dominador del legislativo y del judicial.
Un sistema de poder es parlamentario si, y solo si, cumple dos condiciones: que el Parlamento sea representativo de la sociedad civil y que tenga preponderancia sobre el poder ejecutivo. El de esta Monarquía no representa más que a los partidos, y está subordinado al partido gobernante. La jurisprudencia alemana ha sentenciado que el Parlamento de diputados de lista no es representativo de la sociedad civil, ni del cuerpo electoral, sino integrador de masas de votantes en el Estado.
La antipatía de los ignorantes cultos a la mayoría absoluta, natural en los regímenes de poder oligárquico, sería inimaginable en la democracia, pues ella es, por definición, el sistema ideado para que siempre gobierne la mayoría absoluta. Sin ésta es imposible aquélla. Las elecciones directas al poder ejecutivo tienen esa finalidad. Pero la democracia exige, además, la separación real del poder ejecutivo, respecto del legislativo, para evitar los abusos de una mayoría absoluta, sin control de otro poder independiente.
La opinión española se ha conformado al falso criterio de la maldad de las mayorías absolutas, porque todos los medios de comunicación le han hecho creer que la corrupción y el abuso de poder son efectos inexorables de ellas, cuando en realidad son consecuencias inevitables de los regimenes oligárquicos que, como esta Monarquía de Partidos, se basan en la ausencia de control que produce, institucionalmente, la preponderancia de un poder ejecutivo dominador del legislativo y del judicial.
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