artículo de Pedro M. Gonzalez en Diario español de la República Constitucional
El CGPJ y las elecciones
El CGPJ y las elecciones
La edición digital de “EL PAIS”, sin máscaras ni paños calientes, nos muestra la ya imposible de ocultar realidad de poderes inseparados en esta oligarquía de partidos. No cabe otra conclusión tras la lectura del titular como el que esta vez nos ofrece de modo aparatosos, con el titulo de “Unas elecciones únicas”, a cuyo pié añade: “Los comicios del 9 de marzo no sólo deciden el Gobierno, también están en juego el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional y el futuro del PP si pierde Rajoy.”
EL alcance adefésico de tal síntesis resulta de una densidad insondable, si bien su lectura resultará clarificadora por cuanto corrobora lo que los repúblicos vienen denunciando desde el comienzo de la Transición, esto es, la inexistencia en España de democracia, de poderes separados y, en consecuencia, de Constitución propiamente dicha.
Reconocer abiertamente que la senda de la Justicia depende de los políticos que resulten elegidos en unos comicios, porque éstos designarán seguidamente el supremo órgano de gobierno de los jueces, es reconocer expresamente que no existe un poder judicial independiente, tanto en el origen de su elección por los partidos estatales, como por los inquebrantables vínculos que encadenan a los Magistrados a quienes controlan sus ascensos y sus sueldos.Solo puede existir una Justicia independiente cuando se encuentre separada de los restantes poderes estatales. Lo que implica la necesidad de elegir el Órgano Supremo de Gobierno de los Jueces por un separado cuerpo electoral del mundo judicial en activo
La disolución de Tribunales políticos, como el propio Tribunal Constitucional, la supresión del Ministerio de Justicia con atribución de sus competencias y presupuesto a un nuevo Órgano electo de Gobierno de los Jueces; la unificación de las carreras judicial y fiscal, junto con la eliminación de la Fiscalía General del Estado, harían real y efectiva la independencia del poder judicial.
Leyendo el artículo de El País parece que la Justicia ya no se molesta en disimular tímidamente el asomo de su mirada, tras la venda, a las instrucciones de los partidos. El periódico unido a la causa del PSOE se la arranca sin rubor.
Otro artículo sobre el mismo asunto: "El PAÍS dice la verdad" de Antonio García-Trevijano
Votaciones únicas a un poder único. Unas solas votaciones generales deciden, el próximo nueve de marzo de 2008, quien será, entre dos candidatos divinos, hijos gemelos del poderoso patriarca del olimpo estatal, Indra-Franco, el partido inhumano, de cuatro brazos de poder incontrolable, que gobierne, legisle y juzgue a los españoles, enseñándoles lo que deben opinar durante cuatro años. Naturalmente, los dos candidatos lucen el collar de calaveras que distingue al poderoso Shiva.
No es mitología hindú ni ciencia ficción. Es la cruda realidad española, tal como la diagnostica y describe científicamente el periódico “El PAIS”, el día 2 de enero, a doble página y cinco columnas, bajo el título “Unas elecciones únicas”, y el subtítulo “Los comicios del 9 de marzo no solo deciden el Gobierno, también están en juego el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional y el futuro del PP si pìerde Rajoy”. Tan poca importancia subordinada tiene el poder legislativo, que el periódico divino de la Transición lo olvidó mencionar en el subtitulo.
Todos los periodistas comienzan su oficio bajo el lema de que lo noticiable no es que un perro muerda a un hombre, sino que aquél sea mordido por éste. Lo noticia excepcional, para el Diario español de la República Constitucional, es que “EL PAÏS” diga la verdad, sobre la realidad politica española, después de ocultarla sistemáticamente, durante treinta años, bajo la grosera ficción de tratar todos los asuntos públicos como si existiera libertad politica, y con el descaro de mantener sin descanso, como todo el mundo mediático, la colosal mentira de que esta Monarquía de los Partidos es la mejor expresión de la democracia moderna o avanzada. Nada importa que corrupciones sin fin, espantosos crímenes de Estado y acumulaciones de capital sin precedentes en la historia económica de España, jalonen el camino de todos sus gobiernos. Es el precio que deben pagar los españoles por vivir en la simulación de democracia.
Lo extraordinario de esta noticia, la novedad de que el boletín oficioso de la Transición diga por primera vez la verdad, está en el descubrimiento repentino de que el mundo mediático no cree en sus propias mentiras.
Sabe que son pura propaganda. Alivia saber que no es ciego ni tonto. Engaña pero no se engaña. La cuestión que intriga ahora a los observadores de tan prodigioso develamiento de la verdad, es la razón o el motivo de que PRISA, la más poderosa organización de la mentira politica, haya dado el paso trascendental de renegar la causa de su éxito. Ya comienzan a oírse los primeros rumores del miedo a la verdad. No es para tanto, dicen algunos. Solo se trata de una crónica informativa de un periodista, que no refleja la opinión editorial del periódico. Pero no es el autor del texto informativo, sino el Director de EL PAÍS quien decide publicarlo a doble página y cinco columnas.
Otros observadores, más atentos a la preocupación empresarial de PRISA, creen que decir la verdad, en estos momentos de tensión politica preelectoral, aumentará las ventas del periódico y lo distinguirá del nuevo diario de información auspiciado por el PSOE. En definitiva, nadie piensa que “El PAÍS” ha dicho la verdad en cumplimiento de un deber informativo. Pero lo que importa conocer no son las motivaciones subjetivas de esta excepcional publicación de la verdad, sino el sentimiento social que la ha propiciado.
La ruptura del consenso de la Transición, motivada por la negociación del Presidente del Gobierno con ETA, ha trastocado todos los supuestos culturales que han mantenido el simulacro de la democracia en esta oligarquía de partidos estatales, consagrada constitucionalmente por la Monarquía.
Monarquia de Juan Carlos que no es parlamentaria, porque no es representativa de los electores, ni constitucional, porque el Rey no gobierna. Cuando se resquebraja un simulacro cultural, que afecta a todas las instituciones, el cinismo del poder suplanta a la hipocresía social.
Por ello el mensaje de “EL PAÍS”, obedeciendo a razones de cinismo electoral, dice a los votantes, con tanta ingenuidad como simpleza, que si no quieren regresar al dominio del nacional catolicismo de los obispos (palabras del Ministro de Justicia), si no quieren volver al orden nacional franquista, equiparable al napoleónico (palabras de Fraga), si no desean tener al incompetente Rajoy como líder de la oposición, tienen la oportunidad de eludir todos esos peligros poniendo en las urnas las papeletas del divino talante de Zapatero. Los votantes tienen la suerte de poder evitar tantas calamidades poniendo en las solas manos del actual Presidente del Gobierno, todos los poderes del Estado y de la sociedad mediática. Pero como dijo Prouhdon, “religión por religión, la urna popular esta todavía por debajo de la santa-ampolla merovingia. Todo lo que ha producido ha sido cambiar la ciencia en asco, y el escepticismo en odio”.
“EL PAÍS” no sabe que dicha una sola vez la verdad, aunque sea para una coyuntura electoral, engendra más odio que complacencia (Terencio). Ya nada puede ser igual que antes de decirla. Por ejemplo, hace poco, en una popular tertulia de televisión, un conocido periodista tuvo el valor de decir a sus asombrados y famosos compañeros que en España no había libertad politica, sino un simulacro de democracia. La indignación general apagó su voz. ¿Cómo era posible decir semejante barbaridad? Ahora, si se les recuerda el artículo de El País, el periódico de sus inspiraciones, enmudecerían. Eso es lo que ha cambiado. Ahora hay un punto de referencia que todos creen. El paso de la hipocresía al cinismo es signo de progreso intelectual.
La opinión española de la Transición se balancea entre la necesidad de servir y la conveniencia de perseguir. Roto el consenso, la clase politica y mediática ha entrado en una dinámica sentimental más necesitada de odios definidores que de amores confundidos, de recuerdos engañosos que de ilusiones prometedoras.
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