¿Da por muerto el proyecto del estado del bienestar?
Ningún político en ejercicio declarará abandonado este proyecto, por miedo a perder su clientela, pero lo cierto es que tenemos la bien fundada impresión de que ese proyecto ha quedado cuando menos en suspenso cuando vemos descreer de él y actuar contra su lógica, no ya a los políticos de la derecha, sino también a los de la izquierda (lo cual no deja de sorprendernos). Seguramente esto no es solamente culpa de los políticos, sino del hecho más general de que se está produciendo un divorcio cada vez más marcado entre política y poder, es decir, de que el poder está emigrando a otras esferas (el llamado orden de "lo global") sobre las cuales la política tiene poca influencia. Pero como ningún político declara abiertamente esta situación (lo cual sería el primer paso para buscarle remedio), los ciudadanos experimentan cotidianamente la decadencia de sus instituciones y la degradación de sus espacios públicos, así como la evacuación de todo proyecto político compartido y su sustitución por el espectáculo de las identidades enfrentadas. Eso es el "estado del malestar". En la peor de las perspectivas -que realmente hubiera que abandonar por imposible el proyecto del estado social de derecho, cosa que desde luego estoy lejos de pensar-, lo último que a mi modo de ver debe hacer un pensador de hoy es acompañar ese abandono con entusiasmo y alborozo, como si fuera el ingreso en un nuevo futuro prometedor de satisfacción, cuando en realidad se trata de la defenestración del proyecto político más digno que Europa ha construido en los últimos cien años.
Ningún político en ejercicio declarará abandonado este proyecto, por miedo a perder su clientela, pero lo cierto es que tenemos la bien fundada impresión de que ese proyecto ha quedado cuando menos en suspenso cuando vemos descreer de él y actuar contra su lógica, no ya a los políticos de la derecha, sino también a los de la izquierda (lo cual no deja de sorprendernos). Seguramente esto no es solamente culpa de los políticos, sino del hecho más general de que se está produciendo un divorcio cada vez más marcado entre política y poder, es decir, de que el poder está emigrando a otras esferas (el llamado orden de "lo global") sobre las cuales la política tiene poca influencia. Pero como ningún político declara abiertamente esta situación (lo cual sería el primer paso para buscarle remedio), los ciudadanos experimentan cotidianamente la decadencia de sus instituciones y la degradación de sus espacios públicos, así como la evacuación de todo proyecto político compartido y su sustitución por el espectáculo de las identidades enfrentadas. Eso es el "estado del malestar". En la peor de las perspectivas -que realmente hubiera que abandonar por imposible el proyecto del estado social de derecho, cosa que desde luego estoy lejos de pensar-, lo último que a mi modo de ver debe hacer un pensador de hoy es acompañar ese abandono con entusiasmo y alborozo, como si fuera el ingreso en un nuevo futuro prometedor de satisfacción, cuando en realidad se trata de la defenestración del proyecto político más digno que Europa ha construido en los últimos cien años.
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