En vísperas del congreso socialista, el XXXVII, es relevante leer a Alfonso Lazo, viejo socialista sevillano. Publica hoy en El Mundo esta reflexión:
"Hace muchos años, a principio de los 80, un periodista amigo que había estado en la sede del PSOE de Sevilla a la espera de una entrevista me comentaba la traumática impresión que recibió charlando por los pasillos con militantes de a pie: «Pero son unos radicales -me dijo-; tienen ideas insensatas". Así era. En el Partido Socialista cohabitaban dos almas diferentes: la de las bases extremosas y dispuestas a cualquier radicalismo y la de Felipe González, Alfonso Guerra y los cuadros provinciales, templados socialdemócratas que con puño de hierro refrenaban los impulsos de la militancia y hacían del PSOE una organización respetable.
En Andalucía dirigentes como Borbolla, Escuredo, Manuel del Valle, Carlos Navarrete, Ramón Vargas Machuca, Rafael Ballesteros, Leocadio Marin... no eran precisamente bolcheviques ni gente progre. Sólo una vez, en 1979, las bases se insurreccionaron obligando la dimisión --de González. Antes de pocos meses la plebe fue de nuevo sometida. Hoy, lo radicales vuelven a mandar. Con Zapatero al frente aquellos de 1979, o sus herederos, tienen ahora en las manos el partido y el Gobierno. Acuden de toda España: anticristianos, bolivarianos, buenistas, antiyanquis maniáticos, feministas al bibianesco modo, igualitaristas de pelaje vario, entusiastas de Chikilicuatre y mentalidades de imaginario adolescente ven en Zapatero un espejo donde reflejan su propia imagen.
En las últimas elecciones ZP ha sumado además la extrema progresía llegada de IU y Esquerra Republicana. De esta manera el PSOE toca su techo electoral. Si quiere nuevos escaños deberá abrirse al voto moderado que daba las mayorías absolutas a Felipe González. En ese ejercicio de moderación anda metido estos días el señor Z. No obstante, existe un riesgo para el PSOE: caso de acudir los moderados se le pueden escapar los radicales. Deberá en consecuencia convertirse en un partido escoba transversal -dicen los politólogos- que predique a votantes de intereses diversos lo que cada votante quiere escuchar, aunque sean discursos contradictorios.
No es proyecto imposible cuando se cuenta con un cuerpo electoral escasamente maduro. Puesto que debe recolectar por todas partes, un partido escoba carece de cualquier ideología. Requiere en cambio de un símbolo aglutinador que mantenga unido a votantes tan contrarios entre sí. El símbolo, por serlo, puede ser irracional y vacío de contenido: una bandera o un estandarte no son objetivamente nada y, sin embargo, los hombres mueren por ellos.
La voz "España", por ejemplo, representa hoy el símbolo capaz de movilizar a millones de ciudadanos de cualquier condición y clase detrás de un equipo de fútbol. No es que el fútbol resucite la idea de España; es que el concepto de España se ha convertido en un equipo de fútbol. La adhesión razonada es innecesaria. El símbolo se basta a sí mismo. El símbolo también puede ser un liderazgo político, y surgir de manera natural gracias a virtudes carismáticas; pero igual puede ser un ingenioso producto publicitario.
Decía Antonio Gala en este periódico que nadie mira los anuncios de televisión y no sirven para nada. Craso error: compramos lo que anuncia laTV, desde una lavadora hasta un presidente de Gobierno. José Luís Rodríguez Zapatero es una imagen de marketing que los últimos cuatro años han convertido en símbolo de la entera progresía hispana. No es disparatado prever que a partir de aquÍ la publicidad subvencionada en televisión, emisoras de radio y prensa escrita sea capaz de convertirlo también en el símbolo de parte de la España moderada, sin perder por ello los votos radicales. Sería la mayoría absoluta. Así es como funciona la democracia mediática.
Sólo otro partido escoba y otro símbolo poderoso podrían frenarlo. Ya hablaremos de eso la próxima semana."
PUBLICADO en POR ANDALUCIA LIBRE
"Hace muchos años, a principio de los 80, un periodista amigo que había estado en la sede del PSOE de Sevilla a la espera de una entrevista me comentaba la traumática impresión que recibió charlando por los pasillos con militantes de a pie: «Pero son unos radicales -me dijo-; tienen ideas insensatas". Así era. En el Partido Socialista cohabitaban dos almas diferentes: la de las bases extremosas y dispuestas a cualquier radicalismo y la de Felipe González, Alfonso Guerra y los cuadros provinciales, templados socialdemócratas que con puño de hierro refrenaban los impulsos de la militancia y hacían del PSOE una organización respetable.
En Andalucía dirigentes como Borbolla, Escuredo, Manuel del Valle, Carlos Navarrete, Ramón Vargas Machuca, Rafael Ballesteros, Leocadio Marin... no eran precisamente bolcheviques ni gente progre. Sólo una vez, en 1979, las bases se insurreccionaron obligando la dimisión --de González. Antes de pocos meses la plebe fue de nuevo sometida. Hoy, lo radicales vuelven a mandar. Con Zapatero al frente aquellos de 1979, o sus herederos, tienen ahora en las manos el partido y el Gobierno. Acuden de toda España: anticristianos, bolivarianos, buenistas, antiyanquis maniáticos, feministas al bibianesco modo, igualitaristas de pelaje vario, entusiastas de Chikilicuatre y mentalidades de imaginario adolescente ven en Zapatero un espejo donde reflejan su propia imagen.
En las últimas elecciones ZP ha sumado además la extrema progresía llegada de IU y Esquerra Republicana. De esta manera el PSOE toca su techo electoral. Si quiere nuevos escaños deberá abrirse al voto moderado que daba las mayorías absolutas a Felipe González. En ese ejercicio de moderación anda metido estos días el señor Z. No obstante, existe un riesgo para el PSOE: caso de acudir los moderados se le pueden escapar los radicales. Deberá en consecuencia convertirse en un partido escoba transversal -dicen los politólogos- que predique a votantes de intereses diversos lo que cada votante quiere escuchar, aunque sean discursos contradictorios.
No es proyecto imposible cuando se cuenta con un cuerpo electoral escasamente maduro. Puesto que debe recolectar por todas partes, un partido escoba carece de cualquier ideología. Requiere en cambio de un símbolo aglutinador que mantenga unido a votantes tan contrarios entre sí. El símbolo, por serlo, puede ser irracional y vacío de contenido: una bandera o un estandarte no son objetivamente nada y, sin embargo, los hombres mueren por ellos.
La voz "España", por ejemplo, representa hoy el símbolo capaz de movilizar a millones de ciudadanos de cualquier condición y clase detrás de un equipo de fútbol. No es que el fútbol resucite la idea de España; es que el concepto de España se ha convertido en un equipo de fútbol. La adhesión razonada es innecesaria. El símbolo se basta a sí mismo. El símbolo también puede ser un liderazgo político, y surgir de manera natural gracias a virtudes carismáticas; pero igual puede ser un ingenioso producto publicitario.
Decía Antonio Gala en este periódico que nadie mira los anuncios de televisión y no sirven para nada. Craso error: compramos lo que anuncia laTV, desde una lavadora hasta un presidente de Gobierno. José Luís Rodríguez Zapatero es una imagen de marketing que los últimos cuatro años han convertido en símbolo de la entera progresía hispana. No es disparatado prever que a partir de aquÍ la publicidad subvencionada en televisión, emisoras de radio y prensa escrita sea capaz de convertirlo también en el símbolo de parte de la España moderada, sin perder por ello los votos radicales. Sería la mayoría absoluta. Así es como funciona la democracia mediática.
Sólo otro partido escoba y otro símbolo poderoso podrían frenarlo. Ya hablaremos de eso la próxima semana."
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