Se dice que estamos en una crisis de régimen. Es imposible, pues, en la España juancarlista no ha existido un régimen político: hasta ahora sólo ha sido una situación política. Régimen significa orden y, por ende, certidumbre y previsibilidad del futuro político, la posibilidad de vivir habitualmente. En cambio, la incertidumbre ha presidido aquí la transición, que, precisamente por eso, ha sido y sigue siendo tan larga. Lo que instauró Suárez bajo la dirección del rey fue una situación política prolongando la sensación de incertidumbre que comenzó con el asesinato de Carrero Blanco. Una situación política es aquella en la que todo es impreciso e imprevisible, nada está definido y prevalece la voluntad de poder. Por eso todo es oportunismo y medran los más audaces y cínicos.
La Constitución –técnicamente una Carta Otorgada- de los partidos políticos y los sindicatos como órganos del Estado, esto es al servicio del gobierno, no constituyó nada sustantivo. Todo ha estado sujeto a cambio al no estar claro el concepto de Nación por el invento de las nacionalidades, realidades tan falsas que es imposible asentar nada sobre ellas. Desde luego no la Monarquía. La prolongación de la situación política la ha convertido en una situación político social y todas las instituciones que, funcionando mejor o peor, pueden dar alguna seguridad –piénsese en la mas elemental de todas, la familia-, están arruinadas; nadie cree en ellas; sólo existe el afán de utilizarlas en beneficio propio. Y una Nación no puede resistir mucho tiempo sin instituciones suficientemente sólidas. El fin de todo gobierno es crear un orden asentado en instituciones respetadas por cumplir su función, siendo la Nación la más importante de ellas, al ser una suerte de síntesis de todas las demás (recuérdese a Montesquieu, no a Hauriou). Y fracasada la Monarquía, incapaz de instaurar un orden, se hace necesaria una República Constitucional que acabe con la incertidumbre generalizada sobre su porvenir.
Suárez instauró una situación política sometida a las continuas manipulaciones del sistema. Entre ellas destacan las de los nacionalismos que persiguen sus propios objetivos separatistas, las de los especuladores financieros adictos, y el revolucionarismo inherente al partido socialista, que carente de objetivos, los suple con continuas ocurrencias, centrando su pseudopolítica en que no haya instituciones ni libres ni estables. Hasta ahora todo ha sido un continuo trasiego. La última ocurrencia parece ser la de poner definitivamente del revés la sociedad española conforme a la célebre consigna del insigne socialista don Alfonso Guerra de que no conozca España ni la madre que la parió. Ahora bien, este imaginario “cambio de régimen” conducido por el Sr. Rodríguez Zapatero bajo la mirada benevolente del monarca, no apunta a la institucionalización de un régimen, sino a llevar al paroxismo la situación política y social anterior convirtiéndola en una situación histórica- política.
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