En el Estado europeo es imposible la libertad política. Una nota esencial del Estado consiste, precisamente, en que monopoliza la libertad política a cambio de asegurar las libertades personales y las civiles o sociales. Esto significa que no puede haber otra política que la del Estado. Hobbes separó Estado y Sociedad, como las dos caras de una misma moneda. Rousseau quiso solucionar la falta de libertad política bajo el Estado con su doble doctrina del contrato social –no jurídico como el de Hobbes- y de la voluntad general.
El resultado, el Estado-Nación, entendiendo por Nación, la parte de la Nación histórica que se apoderó del Estado. Y el sustrato de la Nación histórica, el Pueblo natural formado por familias y grupos, fue sustituido por la Sociedad como conjunto de individuos. Rousseau pretendía resolver así la cuadratura del círculo de la política: el de la inexorable tendencia de todo gobierno a ser oligárquico. El Estado-Nación política se convirtió en una suerte de Estado-iglesia en el que la moral reemplazó a la religión. Y el Estado de Derecho se dividió en moral pública, regida por el derecho público, y moral privada, la tradicional, llamada históricamente a extinguirse a medida que se imponía la primera. El Estado Totalitario no es más que la culminación de ese proceso. Su objetivo es la dominación de las conciencias para hacer coincidir la moral privada con la moral pública o estatal.
Las experiencias llamadas totalitarias –principalmente la soviética y la nacionalsocialista- han fracasado. Mas el Estado que les sucedió, el Estado de Bienestar, siguió en la misma línea de imponer la moral pública según el punto de vista estatal, mediante una Legislación que sustituye al Derecho, en lugar de la violencia. Y ese Estado devino Estado de Partidos; pues, estos, aprovechando la monopolización de la actividad política por el Estado, la consensúan entre sí. Este consenso político suplanta al auténtico consenso, el consenso social en que descansa la Nación histórica, el espacio pre-político, que es un producto de la historia y, por tanto un hecho inmodificable salvo por el propio acontecer histórico. De ahí, por cierto, que el llamado derecho de autodeterminación sea una fantasmagoría, a la que apelan las oligarquías que se inventan su propia Nación. El derecho de autodeterminación es una de las ficciones del “país de las maravillas”.
Como el Estado determina inexorablemente las reglas y los fines de la actividad política, toda política es política estatal, por lo que no existe libertad política, que es previa a la existencia del gobierno y al mismo Estado. De ello se deduce que, si no existe libertad política tampoco habrá democracia, o sea, autogobierno, ya que el principio de la democracia es, justamente, la libertad política. El consenso político es la culminación de un proceso histórico pseudo-democrático caracterizado por la falta de libertad política.
Escrito por Dalmacio Negro en Diario de la República Constitucional
El resultado, el Estado-Nación, entendiendo por Nación, la parte de la Nación histórica que se apoderó del Estado. Y el sustrato de la Nación histórica, el Pueblo natural formado por familias y grupos, fue sustituido por la Sociedad como conjunto de individuos. Rousseau pretendía resolver así la cuadratura del círculo de la política: el de la inexorable tendencia de todo gobierno a ser oligárquico. El Estado-Nación política se convirtió en una suerte de Estado-iglesia en el que la moral reemplazó a la religión. Y el Estado de Derecho se dividió en moral pública, regida por el derecho público, y moral privada, la tradicional, llamada históricamente a extinguirse a medida que se imponía la primera. El Estado Totalitario no es más que la culminación de ese proceso. Su objetivo es la dominación de las conciencias para hacer coincidir la moral privada con la moral pública o estatal.
Las experiencias llamadas totalitarias –principalmente la soviética y la nacionalsocialista- han fracasado. Mas el Estado que les sucedió, el Estado de Bienestar, siguió en la misma línea de imponer la moral pública según el punto de vista estatal, mediante una Legislación que sustituye al Derecho, en lugar de la violencia. Y ese Estado devino Estado de Partidos; pues, estos, aprovechando la monopolización de la actividad política por el Estado, la consensúan entre sí. Este consenso político suplanta al auténtico consenso, el consenso social en que descansa la Nación histórica, el espacio pre-político, que es un producto de la historia y, por tanto un hecho inmodificable salvo por el propio acontecer histórico. De ahí, por cierto, que el llamado derecho de autodeterminación sea una fantasmagoría, a la que apelan las oligarquías que se inventan su propia Nación. El derecho de autodeterminación es una de las ficciones del “país de las maravillas”.
Como el Estado determina inexorablemente las reglas y los fines de la actividad política, toda política es política estatal, por lo que no existe libertad política, que es previa a la existencia del gobierno y al mismo Estado. De ello se deduce que, si no existe libertad política tampoco habrá democracia, o sea, autogobierno, ya que el principio de la democracia es, justamente, la libertad política. El consenso político es la culminación de un proceso histórico pseudo-democrático caracterizado por la falta de libertad política.
Escrito por Dalmacio Negro en Diario de la República Constitucional
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