El deterioro progresivo del Régimen salido de la Transición ha ido consolidando una gigantesca tela de araña de intereses, en los que se incluye una clase política profesionalizada, renuente a cualquier cambio de modelo. Con el Rey en el vértice de la pirámide, decidido a dar hilo a la cometa hasta donde le sea posible, el Sistema parece blindado a cualquier posibilidad de cambio, a cualquier intento serio de regeneración democrática. Las leyes electorales garantizan el disfrute, en alternancia ordenada, del poder público por parte de los protagonistas y guardianes de la Transición, con la eficaz ayuda del poder económico, los grandes capitales dispuestos a sostener el tinglado de corrupción en que vivimos a cambio de determinadas regalías, por ejemplo, una Justicia a la carta, es decir, a la medida de sus delitos. En medio, la masa silente de los ciudadanos, testigos mudos de una construcción jurídico-política que deja nulo espacio a sus iniciativas, salvo la de ir a depositar su voto cada cuatro años en la urnas.
La transición no fue un modelo de transigencia para cerrar las heridas del pasado y alumbrar un futuro en democracia, sino un reparto de las cuotas de poder entre los herederos del franquismo. Algunas de las manifestaciones más evidentes del fracaso del modelo las encontramos en la situación de la Justicia y en la corrupción galopante, con los grandes medios de comunicación en plan consentidor de lo que acontece, como partícipes del reparto de cuotas de poder citado.
lunes, 18 de junio de 2007
¿que hay que celebrar?
Escribe Jesús Cacho en El Confidencial:
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Etiquetas:
partitocracia,
transición
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