La mutación de los artistas en artesanos subvencionados y funcionarios del arte está causada por una modernitaria idea del progreso que, basada en la igualación de lo inigualable, lo separa e independiza de la libertad politica y la libertad de creación.
Carece de importancia que los gobernados no puedan elegir ni deponer a sus gobernantes, si éstos derriban, en nombre de la igualdad material, todas las tradiciones sociales. Entre ellas, la del gran arte de la belleza. Nada importa que la sociedad civil no esté representada en los Parlamentos por diputados de los electores, sino por mandatarios de listas de partidos, si éstos llaman matrimonios a las parejas homosexuales. Es indiferente que los españoles no lean obras inmortales del pasado, si son educados por igual en la futura ciudadanía de partido y en el recelo de la enseñanza religiosa. No es de utilidad la separación de poderes, si la corrupción monárquica produce acumulación igualitaria de dineros y famas en los artistas televisados. La única desigualdad económica que merece respeto y adoración es la de las grandes fortunas. De nada sirve la democracia, si en su lugar se estable un diálogo de civilizaciones. Es progresivo todo lo que iguala, sin la intervención del talento, el esfuerzo, la honra o la libertad.
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