El modelo de control social implantado por el poder político, con el impulso a la creación de grupos de profesionales especializados, como los de la ecología, que se adueñan de estados de opinión colectivos, reduciendo las reivindicaciones medioambientales a estrechos círculos y capillas que preñan de ideología sectaria y excluyente el anhelo colectivo de un mundo más limpio, sano y seguro, también se materializa en la profesionalización de otras correas de transmisión de la partitocracia, como son por ejemplo, los representantes de los consumidores y usuarios. En el fondo ninguna novedad.
Es un interesante mecanismo de manipulación, que maneja muy bien la izquierda, y que habitualmente utiliza, no sólo para controlar a la sociedad, sino que también le resulta muy útil para machacar a la derecha, y así evitar el efecto salutífero de la alternancia política. Aquí en Asturias, no hay problema, porque la derecha ya trabaja para la izquierda, con lo que en nuestro caso eso ni se plantea.
Hace ya mucho que este invento de ingeniería social se aplicó en masa al control de las asociaciones de vecinos, tan activas en la Transición, que fueron ocupándose progresivamente por “activistas” que excluyeron inmediatamente a los ciudadanos sin prejuicios retribuibles, de la noble labor de ejercer de freno de los abusos de la clase política, para convertirse en actores secundarios del sistema, algo que en el caso concreto de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Gijón -por poner un caso clamoroso-, llegó incluso a materializar la creación de todo un entramado de promoción pública de vivienda, mediante cooperativas ligadas directamente a empresas que generan financiación para los partidos políticos, casos de los que hemos detectado ejemplos clamorosos que se encontraban ocultos por un velo de “servicio público”.
Cuando descubrimos el entramado del Grupo Progea, nos encontramos con una nueva especie de sinvergüenzas, que hasta entonces nos resultaba inconcebible, que llenaban los bolsillos a costa del sueño de tantos ciudadanos por contar con una vivienda digna, que públicamente presentan su depredadora tarea, como un acto de servicio a los “más desfavorecidos”.
Pero hay mucho más. Resultaría prolijo, cuando no asombroso, hacer un repaso al sórdido mundo de las “onegés”, en donde se produjo un desembarco similar al de la ecología, los consumidores y los vecinos, para desplazar a los religiosos y religiosas, que tradicionalmente se habían ocupado de gestionar el sentimiento cristiano de la “caridad”, para transformarlo en el negocio profesional de la “solidaridad”.
Del misionero pasamos al “oenegero”.
Si nos adentramos críticamente en la farsa de la “cultura”, la tarea de denuncia de todo tipo de saltimbanquis dedicados a la organización de “performances”, “environements”, “teatro dentro del teatro”, “música atonal”, “escultura informal”, “literatura del absurdo”, “poesía automática”, y otras fantasías no menos subvencionables que las ecológicas, las del consumo o las “solidarias”, se podría generar un paro tan atroz en los países occidentales, que caeríamos en la cuenta de que estamos hablando de una auténtica reconversión del negocio de sobrevivir, en una sociedad en la que el “activismo” ha sustituido a la religión, como mecanismo de acceso a un empleo, e incluso, en algunos casos, a la riqueza, con todo su corolario de fanatismo e irracionalidad, que hace innecesario justificar nada, con tal de que haya palabras con las que definir estas nuevas formas de buscarse la vida.
Desde que el mundo es mundo hubo hechiceros que amenazaron con los más terribles castigos a quienes cuestionasen la trascendencia de la superchería hecha profesión.
Al que denuncia este perverso mecanismo se le llama “hijoputa”, aquí en las Áreas Tribales de Paquistan, y ya está. Ya no hay nada más que hablar.
Se trata, al final, de un mecanismo generalizado en un mundo en el que se han derrumbado las ideologías, los espacios vacíos se llenan y la militancia revolucionaria cedió su espacio a los nuevos hechiceros; por eso estas nuevas profesiones se asocian históricamente a la izquierda, y por eso también, su actividad deja un poso de frustración y fracaso, cuando no de estafa pura y dura.
De ahí esa brutal marea de tartufismo desvergonzado, que alienta la creación de empresas ideológicas que explotan los sentimientos más nobles de la gente, para crear una casta burocrática de nuevos chamanes que nada explican, porque nada tienen que explicar, dado que lo inexplicable no tiene explicaciones.
Lo mejor, en tan gruesa marejada, es ir a los ejemplos concretos, que tenemos tan cercanos, para ver su desarrollo en asunto tan serio para todo el mundo, como es el de la salud.
¿Dónde están ahora los “consumidores y los usuarios” para exigir que se aclaren las cuentas de las operaciones inmobiliarias desarrolladas al calor del imparable movimiento especulativo, impulsadas desde la administración con los más absurdos pretextos, siempre revestidos con la retórica de la “solidaridad” y defendidas públicamente con la seriedad del burro?
Un colectivo “de izquierdes”, la Plataforma por un Hospital Necesario, se constituyó en su día, con la insana misión de hundir las cuentas públicas del Principado de Asturias, justificando el derribo del Hospital Psiquiátrico de la Cadellada, para construir sobre sus ruinas un nuevo hospital, con el pretexto de que donde está el que todavía hoy presta sus servicios, había un colapso de las comunicaciones, que los edificios estaban viejos, y que no se podían arreglar, como se hizo en tantos otros sitios donde predominó la razón y el sentido común, sobre la codicia de quienes en Asturias impulsaron esta locura.
A nadie parecía importarle entonces la segura quiebra económica que se produciría inevitablemente a causa de tan desquiciada operación. La prueba de su culpabilidad es su actual silencio, que contrasta con la elocuencia de entonces.
Derribada La Cadellada, y una vez construído el nuevo hospital, estos colectivos “de izquierdes” justificaban que se derribase a su vez todo el complejo sanitario de El Cristo, para que allí se especulase también lo que hiciese falta, sin tener en cuenta que el mercado inmobiliario se saturaría, lo que haría finalmente inviable la operación. Hace mucho ya que los profesionales “de izquierdes” no se asustan ante la especulación. Es un fenómeno natural, siempre y cuando los que tienen que cobrar, cobren su propio cachín.
La quiebra orquestada desde la Cadellada no se va a poder financiar con las “plusvalías” de El Cristo, porque en El Cristo no va a haber plusvalías, porque ya no hay ciudadanos a los que vaciar los bolsillos con estas atroces operaciones. Todos estamos endeudados mucho más allá de los límites que podemos soportar, con lo que no hay compradores para más pisos.
Se acabó. Fin. The End.
Naturalmente, quienes hicieron desde el poder todas esas atroces cuentas, con el impagable auxilio de sus propagandistas “plataformados”, en ningún momento imputan a la quiebra que se está fraguando, los costes de urbanización y comunicaciones del enorme solar generado al lado del nuevo hospital, en el que se encuentran implicadas poderosas empresas -esas no son ni “de izquierdes” ni “de dereches”- que, una vez expropiados los terrenos, y con los costosísimos enlaces que comunicarán la zona en marcha, no se van a resignar a sufrir a su vez una quiebra en sus propias cuentas, ante el derrumbamiento del mercado inmobiliario, por lo que aún sacarán mucho más dinero de todo lo que se ha despilfarrado y malversado hasta el momento, para financiar la conversión de todo lo que allí se construya en “viviendas sociales”, y así evitar la ruina de tan loca operación.
Nuevamente la “solidaridad”, servirá como retórica eficaz para consolidar el latrocinio descarado. Más dinero público a sumar a la magnífica operación del nuevo hospital de La Cadellada. Una vez más salvaremos a los promotores de otra quiebra, invocando el “auxilio social”.
Pero mientras este camino hacia el infierno presupuestario sigue su curso, empiezan a llegar malas noticias. Se acabó la pasta. Madrid no va a dar más, sino menos. Hay crisis económica. Ya no se vende un piso y encima hemos aprobado el Estatuto de Cataluña, y los “de izquierdes” ya llegamos al orgasmo de apoyar a la vez a los que se quieren quedar con más dinero en Cataluña y a los que desde fuera de Cataluña quieren que Cataluña no se quede con ese dinero, como es el caso del no va más de la esquizofrenia ideológica, el simpar Gaspar Llamazares.
Es el momento de preguntarse, invocando el incunable de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin: ¿qué hacer?
¿Avanzaremos resignados hacia la catástrofe del sistema sanitario público y contemplaremos felices como se privatiza la sanidad, mientras se habilitan nuevos fondos para financiar los pisos de La Cadellada y El Cristo como “viviendas sociales” mientras a los ciudadanos se niegan las medicinas? ¿Seremos capaces de acptar que se eche la culpa de esta catástrofe a los sueldos de los trabajadores de la sanidad? ¿Asistiremos a un suicido colectivo de los grupos de profesionales “de izquierdes” que han justificado e impulsado este catastrófico estado de cosas?
El caso es que aquí hay necesidades perentorias, y los ciudadanos, que nada saben de la soterrada labor de toda esta caterva, tendrán que defenderse, ante el colapso de los pilares sobre los que se asienta el sistema público que cuida de nuestra salud, nuestra educación, y de las situaciones sociales y familiares de más perentoria solución.
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