Pactar sobre la Justicia es una iniquidad comparable a pactar sobre la nación. La aplicación objetiva del derecho, por propia definición, es algo tan ajeno a la voluntad política como el hecho nacional. Si la judicatura y sus órganos de gobierno son elegidos por la clase política, su imparcialidad es imposible. Al igual que la voluntad plebiscitaria regional no puede variar algo que nos viene dado, como es la propia existencia nacional, tampoco la de la clase política, por muy consensuada que sea, puede determinar lo que es justo o no.
La Justicia no puede ser democrática o dejar de serlo, simplemente es elemento indispensable para que la Democracia exista, siempre que sea independiente y esté separada del resto de poderes. La llamada a un nuevo “Pacto por la Justicia” es el reconocimiento expreso de que en España no hay Democracia porque no hay separación de poderes. Pactar es transar, y pactar sobre la Justica es asumir el reparto de lo judicial entre las mayorías políticas en reflejo de sus respectivas cuotas de poder. La nueva legislatura exige un reajuste institucional de la “justicia”, correlativo a la proporcionalidad partidista resultante del último proceso electoral.
El partido perdedor se apresura a solicitar el pacto, sabiendo que si no se alcanza el consenso, el ganador, según ya ha anunciado, aplicará su “rodillo” legislativo para la renovación de los miembros del Consejo del Poder Judicial. La designación política de los Magistrados del Tribunal Constitucional en forma directa, e indirecta de los de las Audiencias Provinciales y Tribunales Superiores de Justicia, pone en idéntico peligro al PP, de ahí que la solución negociada sea la preferida. El PSOE aceptará el pacto mientras se respete su superioridad electoral, y de paso hará gala de su “talante democrático”, demostrado en la generosidad con el perdedor que se incorpora al sistema asumiendo su rol de leal oposición.
Las asociaciones de jueces y fiscales progresistas y conservadores, auténticos comisariados políticos de los partidos, bendecirán después las virtudes del consenso cerrando el círculo perverso de poderes inseparados.
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