7.339 euros al mes. Este es el sueldo mensual de un diputado alemán. Debía parecerles poco a los miembros del Bundestag, porque habían decidido y aprobado mayoritariamente hace dos semanas aumentarse el salario en los próximos dos años en un 16,4%. No podemos ganar menos, decían, que un alcalde de una ciudad mediana o que un diputado regional. Para solucionar tamaña injusticia, el 1 de enero del 2009 ese salario se ponía en 7.946 euros mensuales y en el 2010 llegaría a los 8.158 euros. Y ello sin contar unas dietas libres de impuestos de 3.800 euros mensuales y el derecho a una futura jubilación en los niveles máximos de la escala de cotización (tras ocho años de escaño, 1.632 euros asegurados).
Hasta aquí la noticia,que los señores diputados esperaban y deseaban que fuera flor de un día. Contaban, seguro, con alguna crítica aislada,e incluso con un pequeño pero pasajero escándalo social. Eran y son conscientes de que,en medio de este clima general de crisis o, al menos, de incertidumbre económica, no es muy comprensible que el Bundestag apruebe mayoritariamente este generoso incremento de sueldo para los representantes populares, quienes ya el pasado mes de noviembre habían acordado otra subida después de cinco años de contención. Y máxime cuando la subida de las jubilaciones de un 1,1 por ciento supuso hace apenas un mes un clamor de quienes veían en ello una terrible medida inflaccionista.
"Escándalo", "desvergüenza", "codicia sin límites" han sido algunos de los comentarios que se han escuchado en los últimos días. La cantinela de que un miembro del Bundestag tiene que estar bien pagado para evitar fugas a la empresa privada o para no verse obligado a recurrir a favores o corruptelas ya no se la cree nadie. Y, si no, que se lo pregunten a Zaplana.
Pero con lo que no contaban los señores diputados era con que el líder de los socialdemócratas, Peter Struck, les amargara la fiesta. Struck ha dicho que ese aumento de sueldo es inmoral y que su grupo va a reconsiderar el tema. Y no lo va a hacer por problemas de conciencia, sino por una cuestión táctica. Los socialdemócratas, desde que gobiernan en gran coalición con Angela Merkel, están perdiendo apoyo popular de una manera brutal... y ahora quieren ganar puntos ante la ciudadanía. Los diputados socialdemócratas han tenido que aceptar lo que ha decidido la dirección del SPD, pero los democristianos de la Merkel están que trinan. La semana que viene se reúnen de nuevo para estudiar una salida airosa al tema.
Daño a la democracia
Este debate va más allá de decisiones poco o nada populares. La clave es no ver el daño que se hace al sistema democrático y la sensación que se transmite de que la política es algo así como un supermercado en el que cada uno se abastece de lo que le interesa. El semanario Der Spiegel publicaba hace unas semanas un informe interesante sobre la salud democrática de Alemania. El interés por la vida política –se afirmaba- está descendiendo peligrosamente; la participación electoral disminuye (un 92,1% en 1972, un 77,7 % en los últimos comicios del 2005); los grandes partidos pierden afiliados de manera constante; un tercio de los alemanes no está contento con la democracia... En el territorio de la desaparecida República Democrática Alemana, el desencanto con el nuevo régimen es tal que un 23 por ciento afirman que vivirían mejor bajo un sistema autoritario.
El amor a la democracia tiene que ver también con el bolsillo y eso lo sabían quienes pusieron en marcha el Plan Marshall en Alemania tras la caída del régimen nazi. Siempre según la encuesta de la revista Der Spiegel, sólo un 19 por ciento de los que ganan más de 3000 euros netos se manifiesta “poco contento” con la democracia. Si se pregunta al alemán medio qué prefiere, libertad o bienestar, el 77% preferirá la estabilidad política y la libertad a tener el frigorífico lleno.
Parte del desencanto general hacia la política se puede atribuir a los políticos: sólo el 17 por ciento de los ciudadanos les considera competentes y eficaces. Sólo el 28 por ciento cree que actúan con responsabilidad. Sólo el 25 por ciento cree que trabajan mucho y concienzudamente por el bien del país. La democracia existe, sigue viva, se dice aquí, pero hay que trabajarla. Y da la impresión de que los políticos profesionales, los periodistas, los tertulianos y el hombre de la calle se han desentendido de ella poco a poco... en Alemania y más allá.
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