Por fin descubrimos el pensamiento último que guia a nuestro particular lord Keynes -el señor Rodriguez Zapatero-, y así nos lo cuenta el catedrático de Economía Aplicada Mikel Buesa:
No hace muchos días, en el marco de una ronda de conversaciones con los portavoces de los partidos políticos parlamentarios acerca de las recientes medidas adoptadas por el Gobierno para afrontar la crisis financiera, el presidente Rodríguez Zapatero fue interrogado por Rosa Díez acerca de las ideas que tenía para abordar también la crisis del sector real de la economía. Circunspecto y con convicción, Zapatero respondió: «¡Desengáñate, Rosa —porque el presidente, fuera del hemiciclo del Congreso, aunque pueda parecer sorprendente por cómo la trata dentro de él, llama por su nombre a la líder de UPyD—: el único sector real es el dinero!». La anécdota viene a cuento porque por fin encontramos expresada en ella, con nitidez, la razón última, el pensamiento profundo que inspira la visión que el presidente tiene de la economía y de la política económica.----------------Hete aquí, pues, al presidente Rodríguez Zapatero imbuido por el Moloch, por el Baal, por el Saturno que devora a sus hijos, que exige el sacrifico de los más débiles. Inspirado por el fetichismo del dinero considerará que la única política económica necesaria en el momento actual —cuando la crisis extiende sus efectos devastadores sobre el empleo, cuando la contracción de la demanda causa estragos sobre la producción, cuando la deflación arrasa el valor de los activos reales y, con ellos, las posibilidades de obtención de crédito por las empresas y los particulares— es la que facilita el numerario a los bancos y los libera de sus operaciones fallidas para transferirlas al Estado. Es esa política que consiste en emitir 50.000 millones de deuda pública que suscribirán las entidades crediticias —adquiriendo así activos solventes con los que sanear sus balances— para que, con el dinero que hayan pagado, sea el Estado quien les compre sus activos de valor más dudoso —con lo que, además de reforzar el saneamiento aludido, recuperarán el numerario inicial—, de manera que, finalmente, los bancos y cajas de ahorro le habrán endosado al Estado sus problemas a cambio de que éste les coloque su deuda —que no es otra que la que todos los ciudadanos acabaremos teniendo con ellos por mor de la ingeniería financiera—. Esa política que se complementa con el aval del Estado a las operaciones de emisión de deuda bancaria a medio plazo por un valor que inicialmente iba a ser de 100.000 millones de euros, pero que, convenientemente enmendados los presupuestos del Estado, pronto se convertirán en el doble. Esa política que, en fin, se había prometido transparente y sujeta al control del Parlamento, pero que, como ahora nos enteramos, gracias a un acuerdo en lo básico entre los partidos socialista y popular —para que luego se diga que no son capaces de arbitrar consensos, añado—, no lo va a ser, pues el Gobierno considera inconveniente que se sepa a dónde va a parar el dinero —con el artificioso argumento que ello podría dañar la imagen y la solvencia de los bancos receptores— y menos aún que unos diputados —que al fin y al cabo no son expertos en los manejos financieros— sean detalladamente informados al respecto. Y digo artificioso argumento porque, si de verdad la situación financiera de esos bancos fuera tal que su solvencia estuviera en juego, lo razonable no sería comprarles sus activos de dudoso valor, sino que más bien deberían ser intervenidos por el Banco de España con la ayuda del Fondo de Garantía de Depósitos.
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