Ya está bien. Los diputados, en número considerable, no trabajan, no cumplen con su obligación. Las imágenes resultan desoladoras para el ciudadano medio, el que paga los impuestos con que los diputados viven a cuerpo de rey. Salvo en el minuto de votar, los diputados se desperezan en sus nuevos despachos, toman café con los amiguetes, se dan un garbeo a ver qué cae o se refugian en el Palace para intrigar. Todo menos cumplir con su obligación, ocupar su escaño en el Congreso, escuchar los discursos, participar en los debates y trabajar, en definitiva, en favor de los ciudadanos a los que representan y que son los que les pagan.
La clase política española ocupa ya el último lugar de la estima popular. Hay sin duda políticos serios y responsables. Pero la corrupción se extiende, los gandules se imponen y los gastos se incrementan. Los diputados se han adjudicado dietas, viajes gratis, jubilaciones pingües, seguros médicos, atenciones preferentes en los más diversos sectores, todo ello al margen de la crisis que para ellos personalmente no cuenta.
Y encima las fotografías de la desolación. Habla el ministro Solbes sobre un asunto importante; el hemiciclo está vacío. Discursea la ministra de Sanidad; el hemiciclo sigue vacío. A veces se pueden contar con los dedos de una mano los diputados que asisten. No se salva ni el debate de los presupuestos. Sus Señorías no cumplen con su obligación. Brillan, y con esplendor, por su ausencia.
Es una vergüenza nacional. El pueblo asiste al espectáculo impotente. Antes, una imagen de la Cámara vacía mientras hablaba un ministro provocaba reacción. Ahora ni eso. El cinismo se ha elevado al cubo. El diputado considera que ha sido elegido para cobrar, percibir dietas, obtener prebendas, adjudicarse jubilaciones. Y vegetar.
de la Real Academia Española
No hay comentarios:
Publicar un comentario