Las reiteradas entrevistas televisivas de Zapatero por parte de Gabilondo son el paradigma de la ceremonia de la confusión. El entrevistado sabe que “juega en casa”, por lo cual se deja ir un poco más. La tradicional vacuidad del “talante” –-un tipo de huida de la realidad al amparo de lo que en italiano llaman ‘buonismo’ – es substituida por otro tipo de vacuidad, la del ignorante que incluso ignora que los demás pueden no ser de su triste condición.
En la última entrevista de la pareja surgió la alternativa entre intervencionismo o liberalismo económicos. Fue sólo eso (sea dicho con ironía) y además considerado de forma genérica. Había menos realismo que en ‘Los trabajos de Persiles y Sigismunda’.
En cambio, no hubo ni el más mínimo atisbo de uno de los grandes cambios democráticos del siglo XX, que afecta a la citada dicotomía. Es la superación de aquel antagonismo por la vía del autogobierno institucional. Se trata de un modelo administrativo y político que arranca de la revolución inglesa, que fue potenciado por la americana y que hoy está asumido por la Unión Europea, así como por todas las grandes democracias.
Consiste en la implantación de instituciones de regulación y supervisión independientes del poder ejecutivo, pero que poseen, en el ámbito de sus atribuciones, poderes anteriormente privativos de aquel, así como otros de orden normativo e incluso judicial. Aquí estamos muy lejos. No tenemos ni un órgano de autogobierno de los jueces digno de su nombre, mientras que los medios de comunicación públicos está atados y bien atados por el poder político de turno. Hay lo de siempre, cubierto por barniz.
En Gran Bretaña reciben el nombre de Quangos (‘Quasi Autonomous Non-Governametal Organisations’) o ‘Non-Departamental Public Bodies’. En Estados Unidos, ‘Independent Regulatory Agencies’. En Francia, ‘Autorités Administratives Indépendantes’. Que hayan sido asumidas por Francia, la patria del ‘Droit Administratif’ – históricamente antagónico al autogobierno institucional y en especial al ‘rule of law’ británico -- muestra el alcance y la universalidad del cambio.
Aquí, en el debate público, este tema no existe, pese a que debería ser prioritario, por cuanto que es urgente la reducción del ámbito del poder político-administrativo, es decir que el Estado reduzca su inmenso perímetro. El llamado Estado de las autonomías no lo ha reducido en absoluto, sino que más bien lo ha incrementado, a la vez que generaba confusión. No tenemos un gran Leviatán sino muchos, cuando precisamente asumir la modernidad – y dentro de ella la globalización – hubiese tenido que implicar lo opuesto.
Cualquier persona con un mínimo interés por la cosa pública puede percibir que la politización de todo lo politizable, en el marco de un poder político que conserva una arcaica verticalidad, junto con la extensión hasta el ridículo de la vieja dicotomía entre derecha e izquierda no favorece el interés público. También puede ver que abandonar el interés público al mercado o a la economía, o a nadie, tampoco es la solución. En todos los modelos hasta ahora ensayados la corrupción ha continuado intocada y a veces ha incrementado.
Enfocando el tema desde abajo y a partir de lo concreto, recordemos el escalofriante espectáculo ofrecido en directo por la inefable Magdalena Álvarez, en ocasión de la catástrofe aérea de Barajas. Se constató que un tema complejo e importante – tanto humanamente como económicamente – como es el tráfico aéreo estaba en manos de una persona que no entendía nada de aviación, de organización administrativa, ni de nada. Era el viejo poder político al estado puro, pero sin las contrapartidas del conocimiento, la responsabilidad, la regulación racional y la supervisión efectiva. No hay más solución que la creación en el ámbito aeronáutico de una autoridad fuerte, independiente del gobierno y eficaz. Lo mismo se puede afirmar en muchos más órdenes, desde la sanidad a la informática.
Pero aún prima la concepción decimonónica del poder político – que conserva el unitarismo de las monarquías absolutas – respecto a una sociedad española que es compleja y moderna, con la excepción precisamente de su aparato político-administrativo. En efecto, la creación de autoridades independientes en España ha sido reducida a su mínima expresión, excepto cuando ha jugado el imperativo europeo. ¿Alguien se imagina qué habría pasado en la actual crisis si hubiesen perdurado las viejas estructuras del Banco de España?
Aquí la disfunción político-administrativa parece que sea un no tema. Cuando enseña sus orejas (ayer, hoy, mañana) se la tapa con lo que sea. Perdura el unitarismo jacobino, con el nefasto contrapeso de corporativismos diversos, e incluso se ha multiplicado a nivel autonómico. La confusión territorial de géneros incrementa el peso de una losa sobre la libertad, en unos tiempos en que, con multiplicidad de poderes territoriales o no, la incapacidad del Estado para asumir nuevas funciones está siempre presente. Pero que le vamos a hacer: unos no quieren limitar su goce del poder y otros esperan poder disfrutarlo en el futuro. El placer psicológico inherente a su goce margina la necesidad urgente de reforma de un modelo político-administrativo que hacía aguas antes de la crisis y continuará haciéndolas después de ésta.